viernes, 15 de septiembre de 2017

A New World: Capítulo 8

Escondiéndose detrás de los pilares, Sarah logró evitar los disparos de Duobus. Había conseguido deshacerse del cañón con un tiro directo a su boca, sin embargo, el arsenal de armas de la descendiente parecía ilimitado, y nada le aseguraba que no invocase otra más potente.

 

Ahora mismo, el combate se había reducido a un enfrentamiento a distancia entre las dos, y era su adversaria quien llevaba la ventaja por ser más rápida.

 

“Necesito distraerla de alguna forma”, pensó, observando cada uno de sus movimientos, así como de los cuatro rifles que ahora flotaban a su alrededor. Mientras lo hacía, su mirada se posó sobre el área del techo que se encontraba justo encima de ella. Fue entonces cuando se le ocurrió algo.

-Espero que funcione –murmuró para sí misma, poco antes de salir de su escondite y preparar una de sus flechas- ¡Sword Target: Destroy! –gritó, al mismo tiempo que la enviaba hacia su objetivo, provocaba que una multitud de escombros se precipitase sobre Duobus.

 

La nigromante no tuvo más remedio que hacer uso de dos de sus rifles para destruir el concreto, mientras dejaba que los restantes se encargasen de Sarah. Aunque este pequeño detalle permitió mayor libertad a la guerrera. La suficiente como para preparar un nuevo ataque con otras dos flechas, que disparo hacia los rifles, y una tercera dirigida a su abdomen.

 

De esa forma, pese a que las dos primeras no hicieron diana debido a la rápida intervención de sus armas, la última se hundió de lleno en su estómago, haciéndola retorcerse ligeramente por el dolor.

 

Aun así, intentó contraatacar, pero, para entonces, Sarah ya había corrido a refugiarse detrás de uno de los pilares.

 

Sin el menor de los cuidados, Duobus retiró la flecha de su vientre, pudiendo observarse una herida bastante profunda. Este hecho, aunque no daba la sensación de ser muy significativo, puesto que la descendiente no parecía haber bajado el ritmo, para la joven peliazul había supuesto reducir la distancia que las separaba. Con todo, debía tener en cuenta que la estrategia de romper el techo no funcionaría una segunda vez, por lo que necesitaba pensar en otra cosa.

 

El combate continuó con la descendiente desplazándose a un sitio desde el que pudiese ver mejor a su contrincante. Allí, descargó sobre ella una ráfaga de balas, obligándola a rodear el pilar para, de nuevo, situarse en un ángulo donde no pudiese alcanzarla.

 

Pero su ataque no acabó ahí. Dos cuchillos aparecieron a un metro sobre su cabeza, cayendo hacia abajo en línea recta.

 

Sus reflejos la hicieron reaccionar al peligro, desviando la trayectoria de una de las armas con un movimiento de su arco, mientras que la otra acabó en el suelo, a varios centímetros delante de donde estaba, sin tocarla siquiera.

 

Había algo en lo que la chica se había fijado durante su combate contra Duobus. Las invocaciones seguían las órdenes de los nigromantes que las habían contratado. Por tanto, la posibilidad de que dependiesen de su percepción para poder atacar era bastante alta.

 

El hecho de que uno de los cuchillos ni la hubiese rozado, le hizo pensar que a Duobus le estaba costando calcular la distancia que las separaba, al estar detrás del pilar. Así pues, pese a la habilidad de sus invocaciones para aparecer y moverse con total libertad por aquella sala, sin la dirección de su maestra, eran tan útiles como cualquier arma convencional.

 

De esa forma, a Sarah se le ocurrió una idea. Era más arriesgada que la anterior, ya que requería exponerse más tiempo al enemigo, pero, si salía bien, podría girar las tornas a su favor.

 

Así pues, colocó dos flechas sobre su arco y esperó a que Duobus detuviese su ataque para correr hacia el lado contrario.

-¡Sword Target: Destroy! –exclamó a la vez que disparaba a la zona del suelo más cercana a su contrincante, rompiendo parte de él y obligándola a hacerse atrás mientras trataba de contraatacar.

 

Tras esconderse de nuevo, volvió a sacar otro par de flechas y llevo a cabo el mismo proceso, ésta vez, desplazándose hasta el pilar adyacente. Por desgracia, aun lográndolo, uno de los disparos de la descendiente alcanzó su pierna derecha.

-¡Mierda! –se quejó, observando de reojo como la sangre caía por su tobillo y manchaba su calzado.

 

Por otro lado, los resultados de su pequeña incursión habían dejado la superficie de la sala llena de grietas, polvo y escombros. Si no fuese porque Duobus era una mujer precavida, hubiese pensado que la puntería de Sarah dejaba mucho que desear.

 

-¡Sword Target: Sacatter! –gritó de repente la chica peliazul, haciendo que otro flechazo impactase en el área destruida y levantase una gran nube de polvo y escombros, lo que cegó a la descendiente, quien tuvo que cubrirse los ojos mientras sus rifles disparaban en varias direcciones, a modo de defensa. Hecho al que se unió la aparición de varias armas blancas de diferentes tipos, que flotaron a su alrededor formando en una especie barrera, y que acabaron precipitarse al suelo con fuerza.

 

Justo entonces, un disparo de Sarah surcó el espacio que las separaba hasta atravesar el pecho de Duobus, seguida de otro que penetró su costado. De no ser por la intervención de sus rifles, mediante fuego de dispersión, una tercera habría acabado el trabajo.

-Así que esto era lo que pretendías –dijo Duobus, de rodillas en el suelo.

 

Con el fin de reducir su visibilidad, había estado apuntando intencionadamente al suelo, utilizando el polvo y los escombros como pantalla de humo, evitando así que supiese de dónde venía el ataca.

 

Por más que Duobus intentase ahora dar con ella, era imposible encontrarla. Lo único que podía hacer era conjeturar detrás de cuál de los cuatro pilares a su espalda podía estar, lo que le dejaba con dos opciones: golpear al azar uno de ellos, contando con que tendría un 25% de probabilidad de acertar; o atacar un área mucho más grande, con el problema de que tendría que reducir la potencia para evitar un destrozo excesivo. Algo para lo que tan sólo podría usar armas pequeñas y que le requeriría una gran concentración. Por eso mismo, prefería no tener que recurrir a ella, pero, dado el caso, era la opción menos arriesgada.

 

Lo que estaba claro es que Sarah no iba a ser quien tomase la iniciativa. Estaba esperando el momento en que Duobus hiciese su movimiento y fallase para salir de su escondite y sentenciar el combate. Por supuesto, también había tenido en cuenta que la descendiente encontrase la forma de desbaratar su plan, no dejándole otro remedio que improvisar, de ser ése el caso.

 

En resumen, las cartas estaban echadas sobre la mesa.

 

Mientras tanto, los semidioses que luchaban contra los ejércitos del imperio y “Comhairle”, continuaban con su espectáculo de viento y fuego, impidiendo el avance de las tropas.

 

Se había intentado acabar con ellos con un ataque aéreo, pero pronto fueron neutralizados por fuertes corrientes de aire generadas por uno de ellos (el chico), provocando que los aviones chocasen entre sí.

 

Al mismo tiempo, la superficie terrestre estaba cubierta por un muro de fuego que impedía el paso a la mayoría de los regimientos, siendo incinerados aquellos que lograban pasar (todos ellos usuarios de Radiar) por grandes llamaradas surgidas de las manos de otra de las hermanas.

 

Lo que no esperaba ninguno era la presencia del arma más poderosa que tenía en la actualidad el imperio. Una cuya fuerza había hecho retrasar su uso hasta que no hubiese otro remedio.

 

Cuál fue su sorpresa cuando, atravesando las llamas, un rayo de energía hizo contacto con el cuerpo de la semidiosa, desintegrándolo al instante, sin dejar rastro.

 

Con la muerte de la chica, las llamas fueron desapareciendo poco a poco, dejando entrever a seis Erasers manejados a voluntad por aparatos en manos de algunos de los soldados, quienes, pese a ello, se mantenían una distancia prudente de ellos.

 

El compañero de la chica ni se inmutó por su muerte. Simplemente, reconociendo el peligro delante de él, guió el viento en su dirección, tratando de eliminarlo.

 

No obstante, su acción llegó demasiado tarde, ya que otro de los Erasers, que había estado concentrando la misma energía en su boca, disparó con igual precisión que los anteriores, ocupando tal rango de alcance que fue imposible de esquivar para él.

 

No sintió ningún dolor. No tuvo tiempo de ello. Simplemente desapareció, igual que la joven.

-¡Avanzad! –exclamó el comandante al mando, dejando que las bestias tomasen la delantera.

 

Por mucho que el número de Erasers liberados fuese lo suficientemente pequeño como para que el ejército contrario se encargase de ellos, sin duda, causarían muchas bajas.

 

Si querían cumplir con las órdenes del emperador y no dar lugar a una masacre que impidiese el choque de fuerzas entre usuarios de Radiar, debían mantenerlos a raya el mayor tiempo posible sin dejar de aprovecharse de la ventaja que les proporcionaba.

 

En el lado contrario, May intentó levantarse. Gracias a su poder, había conseguido reblandecer la tierra sobre la que habían acabado. Eso y la formación de dos bloques de tierra, que había ayudado a frenar la caída, les había salvado la vida.

 

Como consecuencia, era incapaz de mover su cuerpo más que unos centímetros. Probablemente, si intentase volver a usar sus poderes, perdería toda la movilidad.

 

Su hermana, viendo el estado en que se encontraba, se acercó a ella arrastrando su pierna herida. Una vez a su lado, hizo fuerza con sus brazos para levantarle la parte superior del cuerpo y apoyarla sobre sus hombros, quedando así sentadas frente a frente con el muro de tierra que se había formado tras la caída del golem.

-Me has salvado la vida -dijo.

 

May también estaba confusa. Hasta ese momento, sus hermanas habían sido más una ayuda para sobrevivir que personas por las que sintiese afecto. Siempre tenido buena sincronización a la hora conseguir alimento o enfrentarse a algún peligro, pero nada más.

 

Lo de hace un momento, había sido diferente. Había sentido la necesidad de protegerla. Era una sensación nueva, pero no le desagradaba.

-Creo que a esto se refería –respondió May.

 

De repente, el muro de tierra empezó a romperse, dejando ver unos láseres de color rojo que se movían continuamente en círculos, a la vez que acercaban y alejaban del punto central que rodeaban.

 

Poco a poco, abrieron un boquete, el cual fue agrandándose hasta permitirles el paso a las tropas lideradas por Ceron.

 

El sistema L-Drill. Una tecnología en forma de aparato, que debía medir la mitad que el golem creado por May. Se desplazaba por medio de tracción de oruga (igual que un tanque), avanzando con lentitud pero llevándose por delante cualquier obstáculo.

 

Con el ejército enemigo, liderado por aquella monstruosa maquinaria, dirigiéndose hacia ellas, la situación parecía perdida.

-Ahora es mi turno de salvarte a ti –le dijo su hermana, dejando a May en el suelo con suavidad y levantándose, no sin dificultades, para enfrentarse a ellos.

-No. No lo hagas. Si lo haces, morirás. Si tú mueres, ¿de qué habrá servido? –replicó May, haciendo esfuerzos vanos tanto por gritar como por impedírselo.

-Yo también quiero protegerte. Quiero luchar por ti. Sentirme viva –sentenció, uniendo sus dedos, dispuesta a utilizar su poder.

 

Durante unos segundos que para May se hicieron eternos, mantuvo esa misma posición mientras veía a la infantería acercarse.

-¡No! –exclamó, finalmente, May, justo cuando su hermana hacía explotar desde dentro el sistema L-Drill, dando lugar a una onda expansiva que exterminó a un considerable número de soldados y desperdigó los trozos de la maquinaria por todo el campo de batalla.

 

Poco después, cayó al suelo.

 

-¡¿Qué ha sido eso?! –preguntó Ceron tras ser lanzado contra el suelo.

-¡Han destruido el sistema L-Drill, señor!

-¡¿Qué?! ¡¿Quién?! ¡¿Cómo?!

-¡Los semidioses, señor! ¡Siguen vivos!

-¡Maldita sea! ¡Matadlos! ¡Los quiero fuera de mi camino enseguida! –exclamó Ceron-. ¡Y que el equipo médico atienda a los heridos! Si llegan a destruirlo antes de atravesar el muro, no sé lo que habría sido de nosotros. Y aun así, no tenerlo nos dará problemas frente al imperio y sus aliados.

-¡Señor! ¡El ejército del imperio se acerca! ¡Y viene con esas criaturas que nos atacaron la otra vez!

-¡Joder! ¡Una desgracia detrás de otra! –se quejó el gobernador-. ¡Preparaos!

 

Cuando May por fin pudo mover un brazo, intentó alcanzar el cuerpo de su hermana, pero éste estaba demasiado lejos para ello.

 

Aun así, no se rindió. Apretó con fuerza sus dientes e hizo uso de toda su voluntad para llegar hasta ella. Por desgracia, siguió siendo en vano.

 

Tan sólo podía observar, impotente, su cuerpo inerte, mientras se le emborronaba la vista al formarme lágrimas en sus ojos.

-¿Por qué? –se preguntó, al mismo tiempo que una profunda tristeza la inundaba, hasta el punto de ni siquiera escuchar el avance del ejército imperial-. Ahora que por fin había empezado a entender lo que significa amar.

 

De repente, alguien las cogió, escapado del allí antes de ser aplastadas por los Erasers. De reojo, la chica consiguió ver a Valer.

-¿Valer?

-Runya me lo pidió. Dijo que ambas tenéis algo por lo que vivir.

-Pero ella ya...

-Sigue viva.

-¿Qué?

-Tu hermana, sigue viva. Soy ciego, pero puedo sentirlo.

 

Aquellas palabras le dejaron un nudo en la garganta, como si una cascada de emociones se hubiese agolpado en ese punto.

-Gracias –respondió finalmente.

 

Mientras tanto, en Genese, Ivel, todavía mareada, se puso en pie usando de apoyo la pata de una mesa volcada.

 

Llevándose una mano a la frente, miró a su alrededor, donde descubrió su lanza clavada en la pared, así como el cristal roto por donde había entrado.

 

Un fuerte ruido la alarmó, como si se hubiese producido una explosión cerca. Debía de ser Tribus, destruyendo de forma indiscriminada las casas circundantes con el fin de dar con ella.

 

Si no quería acabar convertida en carne picada para Sead, debía ponerse en movimiento cuanto antes. Motivo por el que decidió sacar su arma y disponerse a buscar una habitación lo más alejada posible del ruido, desde la que poder escapar.

 

Sin embargo, el Inferno no parecía tener planes de darle tregua, pues uno de sus tentáculos atravesó el techo y aplastó varios muebles al intentar cogerla.

-¡Maldita sea! –se quejó, dirigiéndose rápidamente a la habitación contigua, un dormitorio desde cuya ventana pudo observar la casa adyacente. Entonces, usando su lanza como pértiga, atravesó el cristal de un saltó, haciendo lo mismo con la siguiente ventana que encontró, sin dejar de correr, mientras la criatura le pisaban los talones.

 

Lo que vino a continuación fue como una odisea, debiendo saltar por encima obstáculos, o incluso deslizarse por debajo de ellos, para ganar la mayor distancia posible. Recorriendo de esa forma toda la vivienda hasta llegar al límite que la separaba de otra, teniendo que atravesar de nuevo la ventana más cercana para seguir adelante y que no la pillasen.

 

Este proceso se repitió varias veces hasta que uno de los tentáculos consiguió golpear una zona muy cerca de donde estaba, empujándola hacia una de las habitaciones de la última casa a la que había ido a parar.

 

Fue allí donde vio algo que llamó su atención. Algo que, si usaba correctamente, podía ayudarla a cambiar las tornas del combate.

 

Después de que otro golpe de Sead destruyese ese sitio, el Inferno se detuvo, dando tiempo a que la nómada recuperase un poco el aliento mientras se ocultaba de la mirada de Tribus.

 

La descendiente estaba algo irritada, pues si bien sabía por qué zona se encontraba Ivel, desconocía la localización exacta. Era por eso que la mayoría de sus ataques habían sido al azar.

 

Así pues, se mantuvo alerta ante cualquier movimiento de la joven. Y no fue para menos, ya que su lanza apareció desde su punto ciego, penetrando el aire hasta clavarse en su costado, dejando escapar un grito dolor.

 

Para su desgracia, el ataque no terminó ahí. Tribus se dio cuenta de que había una cuerda atada al mango del arma, por lo que, al tirar de ella, Ivel hizo que regresase a sus manos, arrojándola de nuevo contra su espalda.

-¡Sead! –con un movimiento rápido, el Inferno agarró a su invocadora, justo a tiempo para evitar ser ensartada. El objeto volvió de nuevo a su propietaria, quien giró varias veces sobre sí misma para reducir su velocidad y así poder cogerlo.

 

Finalmente en tierra, la descendiente se llevó una mano a la herida, manchándosela de sangre.

-Buen golpe –la halagó, sin poder reprimir una mueca.

-Si no puedo acercarme a ti. Te atacaré desde lejos.

-¿Crees que el mismo truco volverá a servirte?

-Ponme a prueba –respondió, burlona.

-Me encanta eso de ti –declaró la nigromante, esbozando una sonrisa-. Tan valiente. Tan fuerte. Me parece injusto que estemos en bandos contrarios.

-Lo sé. Pero hay una diferencia muy importante que nos separa.

 

Sin nada más que decir, la chica pelirroja arrojó otra vez la lanza, obligando a su adversaria, ahora más preparada, a llamar a uno de sus esqueletos para protegerla, de forma que la lanza acabase clavada en el escudo que portaba.

 

Sin embargo, eso no hizo desistir a Ivel, quien utilizó el otro extremo de la cuerda, al que había atado uno de los escombros de las casas (lo suficientemente pesado y grueso para tener el efecto deseado, pero no tanto como para disminuir su maniobrabilidad), para lanzarla a los pies de Tribus, logrando enrollarla en sus tobillos a fin de usarla para atraerla hacia ella.

 

No obstante, otro de los tentáculos de Sead volvió a actuar en su defensa, aumentado de tamaño y golpeando a la joven nómada, que salió despedida por los aires junto con el esqueleto, cuyo escudo seguía enganchado al arma.

 

Mientras ascendía, consiguió empujar al escudero contra una pared cercana, destruyéndolo. Entonces, tras recuperar su lanza, clavó su filo en otra pared y se impulsó hacia delante hasta apoyar los pies en ella, ayudándose de la misma para escalar hasta el techo.

 

Allí ya le esperaban más tentáculos, que cada vez más grandes, con tal de ocupar más espacio e impedirle cualquier vía de escape.

 

Lo bueno es que tenían una desventaja. Su lentitud. Lo que le permitió usarlos como medios para columpiarse, con la cuerda a modo de liana, hasta llegar a una zona donde no pudiese llegar la criatura, justo en la se encontraba Tribus.

 

Nada más aterrizar, a pocos metros de la descendiente, tuvo que defenderse de los esqueletos que actuaban como sus guardaespaldas, realizando un ataque horizontal que los derribó.

-¡Aaaah! –exclamó, girando por su espalda para acabar golpeando con el talón la barbilla de Tribus, tirándola contra el suelo y apuntándole al corazón con el filo de su arma.

-¡Ja ja ja! –rió la nigromante- ¡Parece que esta vez me has ganado! ¡Enhorabuena!

 

Pese a su victoria, las manos le temblaban, todavía jadeando tras haber agotado todas sus fuerzas.

-Yo... –su expresión se ensombreció, haciéndose notar la rabia que había estado reprimiendo durante todo el combate- ¡Maldita sea! ¡¿Por qué tenías que ser tú?! ¡¿Por qué tenía que ser alguien a quien quiero?! ¡¿Por qué alguien que nos ha ayudado tanto?! ¡¿Por qué alguien que ha sido amable con nosotros y que nos enseñó tantas cosas?! ¡¿Por qué Gaia tuvo que fijarse en ti?! ¡¿Por qué tuviste que enamorarte de él?! ¡¿Por qué?! –después de soltar todo lo que tenía dentro, Ivel respiró profundamente-. ¿Por qué no me das un motivo para que sea más fácil matarte?

-Las cosas no siempre son como queremos, Ivel. Eso es algo que ya he aprendido a aceptar y ahora te toca aprenderlo a ti. Parte de mí desearía haber pasado más tiempo con vosotros. Desearía haberte apoyado como líder. Haberte visto crecer, charlando con Argo sobre tu futuro. Una parte de mí se arrepiente de ser quien es. Pero otra parte no puede dejar atrás todo eso, impidiéndome ser esa persona. Ésa es la diferencia entre tú y yo, Ivel. Tú todavía tienes la posibilidad de cambiar, pero mi destino estuvo decidido desde el momento en que Gaia me habló. No... puede que desde el momento en que conociese a Emil.

 

>>Por favor, no culpes a Gaia por esto. Fui yo la que se dejó convencer aun sabiendo las consecuencias.

-¡No te mereces esto!

-Eso no importa. Esta guerra se ha cobrado muchas vidas. Demasiadas. Vidas que tampoco se lo merecían. Al final, sólo nos queda aceptar lo que está por llegar.

-¡Si el mundo es así! ¡Entonces lo cambiaré!

-Lo sé. Confío en ti. –contestó, desplazando la mirada hacia el cielo-. Y ahora, acaba conmigo. Hay personas que me están esperando al otro lado. No quisiera hacerlas esperar.

-No puedo...

-Pero tienes que hacerlo –dijo, invocando a varios esqueletos alrededor de la joven, dispuestos a atravesarla con sus espadas al mismo tiempo que los tentáculos de Sead se abalanzaban sobre ella.

 

Sin embargo, justo cuando estaban a punto acabar con ella, todas desaparecieron junto con la vida de Tribus.

 

Al sacar la lanza de su corazón, Ivel no pudo soportarlo más. Cansada, tanto física como mentalmente, cayó de rodillas al suelo, su vista clavada en el cadáver de la que, aun después de todo lo ocurrido, seguía considerando su amiga.

 

“Vive tu propia vida, Ivel”, fueron las últimas palabras que le oyó decir, antes de asesinarla.

-Si volvemos a encontrarnos, espero que por fin seas libre –susurró la chica.

 

Finalmente, Kareth y Kai llegaron hasta la cámara donde los esperaban Unum y Detz.

-Llegáis tarde –declaró el científico, con arrogancia.

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