jueves, 13 de octubre de 2016

The Legacy of Emil Greenard: Capítulo 14

-Dime, Miruru, ¿qué tal te llevas con tus compañeros?

-Mm... –la chica se mantuvo pensativa durante un tiempo mientras el científico observaba su cerebro en la pantalla del ordenador-. Bien, supongo. Quiero decir, hablamos, comemos juntos, hacemos ese tipo de cosas que hacen los amigos.

-No pareces muy convencida –dijo, girándose hacia ella y acariciando al lobo que se sentaba a su lado.

-Cómo decirlo. Me siento como si fuese algo superficial. Fugaz. Puede que sea porque los semidioses solemos tener una esperanza muy corta –respondió ella, acostada sobre una camilla que, al mismo tiempo, se situaba dentro de un aparato con forma cilíndrica y de color blanco.

-Ya veo. Aun así, deberías atesorarlos todo lo que puedas.

-¿Tú crees?

-¡Por supuesto! Nunca sabemos cuándo vamos a morir. Por eso debemos atesorar cada momento que vivamos y cada persona que conozcamos. De esa forma, no nos arrepentiremos.

-Supongo que tienes razón...

-¿Y qué? ¿Hay alguien que te guste?

-¡¿Eh?! ¡¿A qué viene esa pregunta?!

-¡Vamos! ¡Estás en la edad! ¡¿Seguro que nadie te ha llamado la atención?! –bromeó el científico.

-¡Pues, para tu información, no! ¡Y tampoco me importa!

-Ja ja ja, tampoco es para ponerse así.

-¡C-cállate!

-Ah... –suspiró el científico-. Haces bien. No es bueno tener prisa –sentenció, quedándose en silencio y pensativo.

-Oye... –continuó Miruru- ¿crees que algún día alguien se enamorará de mí? Ya sabes, aunque tenga este poder...

 

Ante aquella pregunta, el científico la miró sorprendido, pero, tras unos instantes, sonrió, aunque en sus ojos podía distinguirse cierta tristeza.

-Claro que sí. Y estoy seguro de que esa persona te querrá tanto como tú a ella.

-Mm...

-Bueno, ya hemos terminado –afirmó mientras activaba el mecanismo que expulsaba la camilla, permitiéndole a la chica incorporarse. Acto seguido, ella se acercó a la única ventana de la sala y echó un vistazo al exterior. Desde allí, podían divisarse los edificios de la Yohei Gakko del manejo del medio.

 

Ambas chicas corrían todo lo rápido que le permitían sus piernas, alejándose de la villa.

-¡¿Adónde vamos?! –preguntó Nara, haciendo esfuerzos por no tropezarse al ser arrastrada por su amiga.

-¡No lo sé! ¡Lejos! ¡Lo suficiente para que no nos encuentre! –exclamó Miruru.

 

Justo entonces, algo cayó a pocos metros, levantando tierra y obligándolas a taparse los ojos.

 

En el suelo, vieron el cuerpo de Remi, bastante malparado pero todavía consciente, y sujetando firmemente una pistola con la mano que aún conservaba.

-¡Remi! –gritó Nara, soltándose de la semidiosa y yendo a socorrer al chico.

-Si él está aquí... –conjeturó Miruru, al mismo tiempo que una ráfaga de pequeños objetos de metal se abalanzaba sobre ella, quien, a pesar de evitar la mayoría gracias a su poder, algunos atravesaron una de sus piernas-. ¡Ugh! –se quejó de dolor, cayendo de rodillas al suelo.

-Bueno, creo que ya hemos tenido bastante “pilla pilla” por hoy –comentó Unum, aterrizando suavemente cerca de ellos con la ayuda de dos placas de hierro que hacía volar con su habilidad.

-Siento no haber sido de ayuda –se disculpó Remi, apretando los dientes por la impotencia.

-No digas eso. Sin ti no habríamos llegado tan lejos –contestó Nara mientras curaba sus heridas. Aunque, por desgracia, no podía hacer nada con las partes mecánicas.

-Qué conmovedor –se jactó Unum, observando poco después cómo Miruru levantaba su brazo para intentar alejarlo de allí- ¡Eh! ¡Quietecita! –le contestó, propinándole una patada en la mejilla- Ya me encargaré de ti más tarde -entonces, cubrió la distancia que le separaba de los otros dos y se situó al lado de Nara- Esa expresión... Sí. Puedo sentir tu angustia y tu miedo. El miedo a perder a tus seres queridos –prosiguió, apuntando a Remi con el dedo-. Las niñas malas que se escapan de casa reciben su merecido.

 

En ese momento, Nara cogió la pistola su amigo y se apuntó a la cabeza.

-¡Aléjate de él o juro que disparo! –exclamó.

-¡Oh! ¡Esto sí que no me lo esperaba! –dijo Unum, deteniéndose- ¿De verdad tienes lo que hay que tener?

Pese a unos instantes de duda, durante los cuales puso su mano sobre su vientre, miró con decisión al descendiente.

-Si es por el bien de todos, estoy dispuesta a lo que sea.

-Siempre podemos encontrar una sustituta.

-Lo sé, pero también sé que soy el único experimento con el que habéis tenido éxito. A saber cuándo volveréis a tener la misma suerte. Para entonces, Kareth y los demás os habrán vencido.

-Qué optimista –concluyó Unum, levantando las manos en señal de rendición-. Pero has cometido dos errores. Primero, dudo que tus amigos lo consigan, y segundo, me has subestimado.

 

Sin que nadie pudiese detenerlos, dos pequeños objetos de metal salieron disparados hacia el arma que sujetaba la joven, quitándosela de las manos. Instantes después, el descendiente la noqueó con un golpe seco en el cuello.

-Y así termina tu momento de gloria –rió, cada vez más fuerte, hasta que sus carcajadas se asemejaron a las de un maníaco.

-Nara... –murmuró Remi, arrastrándose como pudo hasta el arma pero recibiendo un pisotón como respuesta.

-¡¿Dónde crees que vas?! Ya sé. Puede que tres extremidades no hayan sido suficientes. En ese caso... –dijo, al mismo tiempo que una masa líquida se formaba sobre la palma de su mano- ...acabaré con la que te queda –dictaminó, congelando su brazo con dicho líquido hasta la zona del codo, para después partírselo en dos.

-¡Aaaaaaaaaaah! –gritó Remi, al sentir un intenso dolor.

-¡Oye! ¡No te quejes tanto! ¡Deberías agradecerme de que no vaya a haber hemorragia! –se burló Unum- Además, el show aún no ha terminado –declaró mientras sacaba un Sonar del interior de su chaqueta. Éste tenía una estructura más compleja que el que ya vieron en los territorios del oeste. Al mismo tiempo, Miruru intentó levantarse-. Gracias a esto, hemos sido capaces de controlar las mentes de esos monstruos, pero debido a que responden a frecuencias distintas de los humanos, sólo puede usarse en ellos. Una pena. En cualquier caso, hay al menos unos diez Erasers en las afueras, esperando a que les dé la orden de atacar. ¿Habéis visto alguna vez los rayos de energía que lanzan esas bestias?

-¿Bestias? –preguntó Miruru, confusa, desplazando la vista hacia sus siluetas en la lejanía, recordando el momento en que Kareth se transformó en uno de ellos durante su entrenamiento con Quattuor- ¡No puede ser!

-Vaya, te has recuperado más rápido de lo que esperaba –indicó-. La respuesta es simple. Un rayo de energía de esos seres, a máxima potencia, tiene la capacidad de destruir varios edificios enteros. Imagínate diez de ellos. Sin duda, la villa de los Rebeldes será totalmente borrada del mapa. Incluidos vuestros estúpidos refugios.

-¡No! ¡¿Por qué?!

-¿Por qué? Sois vosotros los que os habéis entrometido en nuestros planes. Os habría eliminado antes si no fuese porque necesito a la chica viva. Pero ahora que la tengo en mis manos, no hay nada que me detenga.

 

Con un suave movimiento, pulsó uno de los botones del artilugio, haciendo que los Erasers levantasen la cabeza, como marionetas al inicio de la función, y comenzasen a concentrar energía en el interior de su boca.

-Espero que lo disfrutéis.

 

Mientras tanto, Quattuor seguía luchando contra Sextus y Quinque escudándose de sus ataques lo mejor que podía.

 

Pese a faltarle una pierna, todavía era capaz de defenderse e incluso esquivar alguno de sus golpes, concretamente, los que más en peligro ponían su vida, como las distorsiones de Sextus. Aun así, la presión era grandísima, pues un mal movimiento podía suponer su total aniquilación.

 

Por otro lado, Kai y Duobus habían quedado prácticamente fuera de juego, sirviendo de poco apoyo. El primero debido a que sus poderes se habían debilitado, y la descendiente porque todavía no se había recuperado del último ataque del nigromante, optando por delegar la responsabilidad de asesinar a Quattuor en sus compañeros.

 

La situación no pintaba nada bien para Razer y Kareth, quienes, aunque mantenían a raya a Detz y Naithan, nada les aseguraba que el combate no diese un giro en su contra. Además, el cansancio les empezaba a hacer mella, y el tiempo que les habían dado para protegerles de los soldados del imperio estaba llegando a su fin.

 

En ese punto, lo único que se le ocurría a Quattuor era escapar, pero, para ello, necesitaba crear una distracción. Quizás, destruir aquella sala serviría, pero era demasiado arriesgado, y aunque lograsen huir, todo aquello no habría servido de nada. Sólo para ver morir a Alder...

 

En ese momento, Sextus y Quinque, cansados de aquel intercambio de golpes que no llevaba a ninguna parte, decidieron ser más impulsivos, siendo el chico de pelo extravagante quien dio inicio a su estrategia al generar numerosas distorsiones en gran parte de la zona donde luchaban.

 

Su distribución fue aleatoria, de manera que hasta ellos mismos se vieron envueltos, dejando como única salida saltar, cosa que hicieron los tres.

 

Mientras estaban en el aire, el chico utilizó de nuevo su poder, pero esta vez para crear un objeto metálico, justo delante de su mano, sobre el que se apoyó Quinque, abalanzándose a toda velocidad sobre Quattuor, quien, incapaz de defenderse la recibió en su estómago. Incluso así, la dureza de su musculatura abdominal le permitió unos segundos para contraatacar.

-¡No me subestiméis! –exclamó mientras, de un puñetazo con su mano derecha, golpeaba la mejilla de la chica, enviándola contra su compañero y haciendo que ambos chocasen de forma ridícula, acabando en el suelo uno encima del otro.

 

Por desgracia, aquello no evitó que el hombre colisionase contra la pared y terminase sentado, con la espalda apoyada sobre ella.

-Ugh... –se quejó, observando a sus enemigos levantarse lentamente.

 

El recuerdo del día en que se convirtió en descendiente le vino a la cabeza. Aquel momento en que, en mitad de la tierra yerma, miró al horizonte, sintiendo que lo había perdido todo y, al mismo tiempo, olvidando ese pensamiento para ser sustituido por una voz que le pedía ayuda.

 

Finalmente, su identidad se esfumó. Y pese a mantener sus recuerdos, dejó de verlos como suyos propios. Como si perteneciesen a otro yo.

 

Inmerso en una total incertidumbre, vio aparecer a esa mujer, quien le dio explicaciones sobre su objetivo, el mismo que le había sido encomendado a él, pidiéndole su participación.

 

Le extendió su mano y sonrió, y cuando quiso darse cuenta, se había unido al proyecto Gaia.

 

Él fue el primer descendiente en despertar. Aquél que durante más tiempo observó el desarrollo de sus planes. El encargado de guiar a la mayoría de los restantes.

 

“Echando la vista atrás, me pregunto si realmente fui feliz durante aquella época o si sólo cumplí órdenes y nada más”, pensó Quattuor mientras se incorporaba, “Mi vida no ha sido más que un montón de desgracias tanto para mí como para los que me rodean. Y aun así...”, miró el colgante que rodeaba su cuello, el que le había dado Sarah antes de irse, “...siempre hay algo por lo que merece la pena luchar”

-¡Kai! –exclamó, arrancándoselo y lanzándoselo al joven, que lo recibió con sorpresa, y a punto estuvo de que se le cayese.

-¡¿Por qué me das esto?! –preguntó, confuso.

“Al menos, me los llevaré conmigo”, pensó para sí mismo.

-¡Dile a Kareth que cuide bien de su hermana!

 

“¿Qué puedo hacer?”, se preguntó Miruru mientras los Erasers seguían concentrando energía, “Aunque destruya ese aparato, es demasiado tarde. ¡¿Qué puedo hacer?! ¡Si disparan, toda la villa será destruida! La villa donde...”, la chica bajó la cabeza hasta depositar la mirada sobre el anillo que había en su dedo, aquel que simbolizaba su unión con Kai.

 

Entonces recordó la nota que le escribió Runya, y que leyó antes de abandonar los territorios de la unión: Miruru, me considero alguien de pocas palabras, y, probablemente, tampoco buenas, pero quería darte las gracias por darme fuerzas para volver a confiar en los demás. Por eso, tengo que darte un consejo, aunque más que eso, es un recordatorio. Por favor, cuando utilices tu poder, no te arrepientas. Tú misma sabes los riesgos que conlleva para nosotros y que nunca hay que usarlo a la ligera. Por eso, si tomases esa decisión, quiero que al menos sea para proteger lo que realmente te importa. Lo que amas más que cualquier otra cosa en el mundo, y que sabes que haría lo mismo por ti. Tenlo muy en cuenta. Espero que volvamos a vernos. Runya.

 

-Lo que más me importa... –murmuró la semidiosa, esbozando una sonrisa y mirando en dirección al lugar donde comenzó su relación con la persona que quería. Donde se casó con ella- ¡Y qué mejor que esto! –exclamó alegremente.

 

-¡Fuego! –ordenó Unum, casi eufórico, a lo que las bestias respondieron dejando salir la energía de sus fauces, deteniéndose poco después, a mitad de trayecto, como si hubiesen chocado contra una pared invisible.

-¡¿Qué?! –se extrañó el descendiente, girándose para descubrir a Miruru, que de pie y con la mayor parte de su peso apoyado sobre su pierna sana, se hallaba con los brazos levantados y apuntando con decisión a los Erasers- ¡Maldita...!

 

Antes de que pudiese terminar su insulto, el hombre fue elevado en el aire, quedando inmovilizado por el poder de ella. Al mismo tiempo, el suelo tembló y las nubes en el cielo empezaron a moverse siguiendo un extraño patrón, como si estuviesen siendo atraídas por la superficie.

 

De repente, delante de Sarah, la tierra se dividió, haciéndolo únicamente alrededor de la bestia que había estado a punto de matarla, y cuyo movimiento también había sido detenido.

 

Pero aquello no era lo más extraño. El territorio que rodeaba la villa, así como aquel en el que estaban el resto de Erasers, se elevó hacia el cielo, o mejor dicho, fue intercambiado por éste.

 

Desafiando toda física, era como si alguien le hubiese dado la vuelta al paisaje. Así pues, todos los monstruos que habían atacado la villa se encontraban al borde de caer en aquel infinito mar de nubes.

-¿Qué es esto? –se preguntó la peliazul sin poder apartar la vista- Es increíble...

 

-Así que este es el poder de un semidios... –admiró Remi.

-¡¿Estás loca?! –exclamó Unum, intentando deshacerse de sus ataduras.

-¡Por supuesto que sí! –respondió ella, haciendo que grandes bloques de tierra siguiesen ascendiendo uno tras otro, dejando intacta la parte de detrás de ella-. ¡No voy a permitir que destruyas este sitio!

 

Nada más acabar la frase, los brazos y piernas de Unum empezaron a fracturarse por varios sitios. La velocidad de su regeneración era incapaz de competir con la habilidad desatada de la semidiosa, poniéndolo entre la espada y la pared.

-¡Gaah! ¡Maldita seas! –gritó.

-¡Vas a morir!

 

Entonces, Miruru cayó al suelo. Sus piernas habían dejado de reaccionar, perdiendo toda sensibilidad de cintura para abajo. Pero mientras sus brazos le respondiesen, seguiría adelante. Hasta que su cuerpo no lo soportase más.

-¡Aaaaaaah! –gritó, poco después de dar forma a aquel mundo al revés en el que los Erasers se precipitaron al vacío- ¡Mientras siga viva! ¡Mientras pueda moverme! ¡No dejaré que les pongáis un dedo encima!

 

Uno de sus brazos también dejó de funcionar y pequeños hilos de sangre descendieron de sus ojos y oídos. Pero su fuerza de voluntad era más grande. Esta vez se aseguraría de que todos sus enemigos fuesen eliminados. Incluida la persona que tanto daño le había hecho a Kai y a sus amigos.

-¡No pienso desaparecer! –exclamó Unum, utilizando toda su fuerza para mover uno de sus dedos, con el que desplazó uno de sus mecheros hacia el punto ciego de la chica, atravesando su corazón como una bala.

-¡Gah!

 

Notando como le fallaban los sentidos, finalmente, Miruru dejó caer el brazo con el que mantenía activada su habilidad, de manera que, como por arte de magia, todo volviese a la normalidad, encajando cada pieza en su lugar.

 

Habiendo sido liberado, Unum cayó al suelo. Había evitado por los pelos ser enterrado vivo, e incluso ahora que su regeneración había vuelto a funcionar como es debido, el daño infligido en su cuerpo tardaría días en recuperarse.

-¡Será mejor que me largue de aquí! –dijo.

 

-¡¿Qué te pasa, Quattuor?! –se burló Quinque, al ver a su excompañero de pie y con los ojos cerrados- ¡¿Por fin te has resignado a morir?!

-¡Ja ja ja!

-No creo que estés en situación de reírte –dijo Sextus, a quien se le podía ver cansado por el uso excesivo de su poder.

-Decidme. ¿Alguna vez habéis conocido el miedo?

-¡¿Qué?! –se extraño Quinque.

 

Inclinando su rodilla, el hombre tensó la musculatura de su pierna de apoyo.

-Yo os lo enseñaré –dijo, antes de impulsarse con ella, extendiendo ambos brazos hacia delante, en un ataque tan potente y veloz que ninguno de sus adversarios pudo detener.

 

Lo que se abalanzó sobre ellos, había dejado de ser humano. Su expresión vaticinaba muerte. Sus manos, grandes y fuertes, amenazaban con hacerlos desaparecer, impidiéndoles pensar con claridad. Una entidad invencible que les hizo darse cuenta de lo diminutos que eran comparados con él.

 

Y así, se quedaron paralizados y temblorosos mientras el pecho de ambos era atravesado por sus feroces extremidades, que acabaron, inevitablemente, con sus vidas.

 

Pero su recorrido no acababa ahí. Había un tercer objetivo. Una última presa que, al ver como se precipitaba hacia ella, hizo uso de todo el poder del que disponía, en una defensa a la desesperada mediante la que hizo aparecer espadas en el aire que se hundieron una tras otra en su cuerpo.

 

Aun así, la bestia no cedió. Imparable. Con sus últimas víctimas todavía inertes en sus brazos, una terrorífica sonrisa y ojos sedientos de sangre.

 

“No he hecho más que vivir para nada...”, pensó Quattuor mientras Duobus seguía arrojando un arma tras otra, “...es hora de morir por algo.”

 

Finalmente, se produjo un fuerte golpe contra la pared, levantando una gran cantidad de polvo y escombros, resultado del puño de Quattuor atravesando la piedra.

 

El rostro de Duobus, a escasos centímetros de su mano, reflejaba, por primera vez desde que la conocía, verdadero pavor.

-Oh... –murmuró Quattuor, con el cuerpo cubierto de sangre- Así que tú también puedes poner esa expresión, ¿eh? No sabes cuánto me alegro...

“Lo siento, Sarah. Me hubiese gustado estar más tiempo contigo. Lo siento mucho.”

 

Con esas últimas palabras, Quattuor murió. De pie y sonriendo. Demostrando hasta el final aquella tenacidad y arrogancia que lo habían caracterizado.

-Quattuor... –dijo Kareth, inmóvil por el shock. Debido a la reciente serie de acontecimientos, todos los demás combates se habían detenido.

 

En ese momento, la puerta se abrió, dando paso a los soldados del imperio. A través del estrecho hueco que habían dejado en la entrada, podían verse los cadáveres del equipo contrario, esparcidos por el suelo.

 

Al mismo tiempo, a partir del punto que había sido golpeado por Quattuor, el muro empezó a agrietarse, desestabilizando la estructura.

 

Entonces, Kai, apretando los dientes, corrió hacia la barandilla.

-¡Razer! ¡Kareth! -exclamó

-¡Duobus! –reaccionó Naithan, a destiempo, quedándose desprotegido lo suficiente como para permitir que Razer lo apartase de su camino.

-¡Joder! –se quejó Kareth, siendo el último en huir, pues cerca de ser abatido por Detz, tuvo la gran suerte de que parte del suelo se quebró justo debajo del científico, evitando que le persiguiese.

 

Al parecer, la rotura de la pared había conectado con otras producidas durante el resto de combates, logrando destruir el balcón.

 

Así pues, Kareth recogió a Ceron y se lanzó por el precipicio junto con sus otros dos compañeros, escapando de allí.

-¡Tenemos que irnos, Excelencia! ¡Este sitio se está viniendo abajo! –exclamó uno de los soldados al emperador.

-¡Idiotas! ¡Atended a Duobus! ¡Yo puedo arreglármelas solo! –contestó él, levantándose del suelo.

-¡S-sí!

-¡Maldita sea! ¡Al final se han escapado!

-No pasa nada, Naithan –lo tranquilizó Detz, caminando hacia la salida-. Ya hemos ganado.

 

-¡Espero que alguien haya pensado en algo para evitar matarnos! –gritó Kareth al ver el suelo cada vez más cerca.

-¡Agarraos! –dijo Razer, a la vez que, a pocos metros de la superficie, disparaba el gancho de su pistola, deteniendo la caída, sin poder evitar salir despedidos por la inercia, por lo que acabaron en el suelo igualmente, aunque mucho mejor parados.

 

Tras esto, siguieron corriendo hasta llegar a uno de los vehículos en los que habían venido. Por suerte, los soldados del emperador no los habían destruido. Puede que en un acto de arrogancia, al pensar que ninguno saldría vivo. En cualquier caso, eso les permitiría escapar.

-¡Rápido! –poniéndose Kai al volante, el resto se introdujo como pudo.

-¡Acelera! –apremió Razer viendo al enemigo acercarse.

 

Finalmente, pudieron arrancar el vehículo, alejándose de allí.

 

A las afueras de la villa, Miruru observaba el cielo con la poca visión que le quedaba. Todo estaba borroso, y era incapaz de mover la mayor parte de su cuerpo, el cual notaba cada vez más y más frío.

 

Unum había conseguido recuperarse lo suficiente para usar sus plataformas y huir con Nara.

 

Al final, no había podido protegerlos a todos.

 

Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, se giró hasta mirar de nuevo el dedo en el que tenía el anillo.

“A pesar de todo, no me arrepiento, Runya. Hice todo lo que pude. Espero que a partir de ahora, los habitantes de esta villa puedan vivir en paz. Quiero creer en ello”, grabando en su memoria aquella improvisada sortija, cerró los ojos, “Me hubiese gustado verte una vez más, Kai”. Y de esa forma, derramando lágrimas que se mezclaron con la sangre que manchaba sus mejillas, Miruru abandonó aquel mundo, habiendo salvado la vida de muchos otros.

 

Durante el viaje de vuelta, ni Razer, ni Kai, ni Kareth dijeron nada. Quizás porque ninguno quería reconocerlo o porque tenían miedo de hacerlo. Ese día, habían perdido la batalla.

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