lunes, 26 de septiembre de 2016

The Legacy of Emil Greenard: Capítulo 13

Donde deberían haber estado su pelvis y sus piernas, ahora yacía un charco de sangre que brotaba de la mitad superior de su cuerpo. No había rastro de del resto, pues había desaparecido en el vacío creado por Sextus.

-¡Alder! –gritó Ceron.

-¡Señor Alder! –le siguieron sus dos guardaespaldas.

-¡Ahora! –aprovechando que acababan de bajar la guardia, Naithan hizo una señal a sus súbditos para que se lanzasen sobre ellos, abrazándose fuertemente. El único que consiguió evitarlo a tiempo Razer, penetrando con su estoque el corazón del que había saltado en su dirección- ¡Espero que disfrutéis de los fuegos artificiales! –exclamó el emperador mientras pulsaba otro botón que, esta vez, hizo estallar a sus súbditos, levantando una nube de fuego y generando tal onda expansiva que, al impactar contra el líder de los Rebeldes, éste salió despedido hasta chocar de espaldas contra la pared.

 

La escena que se vio después parecía sacada de una pesadilla, con los cuerpos de Zein y Loan calcinados y sin vida, y Ceron inconsciente en el suelo, habiendo sobrevivido gracias a su armadura, ahora destrozada casi por completo.

-¿Cómo has sido capaz de hacer algo así? –preguntó Razer, dolorido e inmóvil, refiriéndose al sacrificio de sus súbditos.

-Tan sólo eran peones.  Sentir lástima por ellos sólo demuestra lo ingenuo que eres.

-Eres escoria...

-Qué irónico que digas eso en tu estado –se burló el emperador.

 

-¡Alder! ¡Alder! –exclamó Kai, acercándose a lo que quedaba de él e incorporándolo con una mano mientras con la otra, inútilmente, intentaba detener la hemorragia.

-Me he precipitado...

-¡Maldita sea!

-Cambia el mundo... –consiguió decir con un hilo de voz. Ya era un milagro que todavía le quedasen fuerzas para hablar-. Anna... siento no haber cumplido nuestra promesa...

 

Finalmente, su cuerpo dejó de funcionar, abandonando aquel mundo para no regresar.

-¡No! ¡Mierda! ¡Mierda! –gritó Kai, impotente.

-Yo que tú no perdería el tiempo –declaró Sextus, acercándose a él tras ayudar a Duobus, quien sujetaba fuertemente su núcleo a cierta distancia de los dos, a levantarse- Tú serás el siguiente.

-¡Aaaaaaaah! –exclamó una voz, de repente, al mismo tiempo que algo golpeaba el costado de Sextus, lanzándolo contra suelo.

-¡Esto de mantenerse en pie con una pierna es incomodísimo! –se quejó Quattuor, en el suelo tras el esfuerzo del golpe.

-¡Quattuor! –se sorprendió Kai al verle ponerse en pie únicamente con el apoyo de sus brazos y la pierna que le quedaba.

-Es la segunda vez que matas a alguien delante de mí, cabeza cebra. Ya va siendo hora de que barra el suelo contigo.

-Quattuor... siempre tan oportuno. –apuntó Sextus.

-Es una de mis muchas cualidades –se burló el hombre.

 

Por otro lado, Kareth seguía enfrentándose a Detz, y pese a que estaba en desventaja, lograba mantenerlo a raya, aunque el científico no parecía nervioso.

-Mírate. Estás cansado y lleno de magulladuras, pero aun así, sigues luchando. Admito que te has ganado mi respeto –le halagó, aunque por su tono de voz podía entreverse que no lo decía en serio.

 

Sin embargo, Kareth no le dio importancia, pues su principal objetivo era tenerlo ocupado para que no interfiriese en el resto de combates.

-Ugh... –se quejó Quinque, recuperándose tras el golpe del chico- No te lo creas tanto por haberme cogido desprevenida.

-Deja de quejarte y ayuda a Sextus –le ordenó Detz, mirándola de reojo-. Si matamos a Quattuor, habremos sentenciado esto.

 

En el rostro de ella se dibujó una mueca de desagrado al poner su mirada en Quattuor.

-Sin problemas –respondió.

-¡No te dejaré! –exclamó Kareth, corriendo hacia ella.

-¡Eh! ¡Eh! ¡Tu sitio está aquí conmigo! –señaló el científico, interponiéndose en su camino.

 

Mientras tanto, Naithan se encaminó hacia Razer, enarbolando su lanza y girándola entre sus manos antes de apuntar a su pecho. Sin embargo, el líder de los Rebeldes no se había dado por vencido, y disparó el gancho de su pistola, clavándolo en su pierna de apoyo y haciendo que cayese al suelo al tirar de éste.

 

Instantes después, intentó penetrar con su arma el cuello del emperador, pero el ataque fue desviado por éste, quien rodó por el suelo para alejarse de él y consiguió ponerse en pie, a tiempo de plantarle cara

-No pienses que esto ha terminado –declaró Razer.

 

En la villa, Remi, quien luchaba contra Unum, fue lanzado contra el suelo, con una de sus piernas y el brazo izquierdo destrozados.

-¿Qué clase de poder es ése? –murmuró el chico, apretando los dientes.

 

Un líquido de color gris giraba alrededor del descendiente, fluyendo como una corriente de agua. Apenas había pasado tiempo desde el comienzo del combate, y no importaba las veces que disparase, ni siquiera que utilizase munición explosiva, siempre conseguía protegerse con placas hechas de ese fluido.

 

Por lo que había observado, lo generaba a partir de los mecheros que llevaba consigo. Como si fuese capaz de fundir a voluntad el material del que estaban hechos.

-Por tu expresión, diría que te estás preguntando en qué consiste mi poder –comentó Unum, con seriedad pero tono arrogante-. No es complicado. Tengo la capacidad de controlar los átomos de hierro, nitrógeno y oxígeno, así como alterar estado físico. El límite está en que no pueden haber interactuado con materia orgánica, por lo que, aunque puedo utilizar el oxígeno para producir una explosión, no puedo hacer que alguien deje de respirar. Asimismo, puedo utilizar el hierro para crear armas o balas, pero no puedo manipular el que hay en tu sangre ni el que compone las piezas metálicas incrustadas en tu organismo.

 

Remi no supo qué responder. Eso explicaba que la última vez hubiese utilizado nitrógeno líquido para congelarle, o que hubiese matado a Seigari valiéndose del hierro que componía la superficie del centro de control e investigación. Aun con esa limitación, era un poder temible. El porcentaje de nitrógeno y oxígeno en la atmósfera era muy grande pese a la contaminación, y gracias a esos mecheros, tenía una importante fuente de hierro, por no hablar del que podía encontrarse en la arena de los yermos.

-Parece que ya lo vas entendiendo –dijo Unum-. Acabemos de una vez –entonces levantó el brazo, disponiéndose a proseguir su ataque.

 

-¡Seph! ¡Ahora!

En otra parte de la villa, continuaba la lucha contra los Erasers, siendo Seph la que, mediante sus hilos, hizo caer a uno de ellos, momento aprovechado por el resto de soldados para dispararle desde varios puntos, logrando ser Sarah quien le dio muerte finalmente, a partir de una flecha disparada directamente al interior de sus fauces.

 

La maniobra había requerido que la peliazul hiciese de cebo hasta llegar a un sitio donde Seph había dispuesto hilos a modo de trampa. Oculta, sólo le bastó un tirón para que se estrechasen sobre las patas del monstruo.

Asimismo, algunos soldados se habían posicionado cerca para emboscarla.

-Poco a poco, vamos reduciendo su número –indicó Seph.

-Si, pero algunos se han adentrado demasiado. Espero que haya otro grupo en la retaguardia. De lo contrario, puede que los más rezagados no lleguen al refugio –contestó Sarah.

-Y encima están los de las afueras.

-¡Es imposible detenerlos a todos!

“Si Quattuor estuviese aquí...”, pensó Sarah, “...no, no debemos depender de él. Tenemos que solucionar esto nosotros”.

 

Agarró fuertemente el colgante que le había dado el hombre, comenzó a correr en busca de más enemigos, seguida de cerca por Seph y el resto de soldados.

 

Poco después, encontraron a uno de ellos persiguiendo un pequeño grupo de civiles formado por dos hombres, una mujer y una niña. Uno de los hombres parecía haberse lesionado una pierna, motivo por el que habían quedado atrás.

 

Sin perder un sólo segundo, Sarah sacó una de sus flechas y disparó a una de las patas del monstruo, llamando su atención.

-¡Rápido! ¡Que tres de vosotros lo rodeen y vayan con los civiles! ¡Necesito que os los llevéis de aquí! ¡Los demás atacad por ambos lados! ¡Yo me ocuparé del frente! ¡Seph, tú cúbrenos!

-¡Oído! –asintió la chica.

 

Así pues, la joven continuó disparando. Esta vez, dirigiendo su tiro a la cabeza. Pero el Eraser no se lo iba a poner fácil, pues consiguió protegerse haciendo uso de una de sus patas delanteras.

-Mis tiros siguen siendo demasiado débiles. –murmuró Sarah, recordando las clases de Quattuor en el oasis-. ¡Cuidado! –exclamó entonces, viendo cómo la bestia se disponía a aplastar a los soldados que habían ido a socorrer a los civiles.

 

Justo en ese momento, los hilos de Seph se encargaron de detenerlo.

-¡Salid de ahí! ¡Deprisa! –ordenó poco antes de que, con un movimiento brusco, fuese elevada por los aires  y acabara golpeándose de frente contra el suelo.

 

Puesto que había tenido que actuar con rapidez, no le había dado tiempo a asegurar el agarre, lo que la había dejado a merced del enemigo. Por suerte, había aguantado el tiempo suficiente para que los soldados se marchasen de allí.

-¡No! –exclamó Sarah, corriendo hacia ella a todo velocidad mientras volvía a disparar sin mayor efecto que el de molestar.

 

Enfadado, el Eraser hizo un barrido hacia atrás con una de sus garras, alcanzando a Sarah y varios de los rebeldes.

-¡Agh! –gritó ella, cayendo de costado contra el suelo. Cuando volvió a abrir los ojos, cerrados durante el impacto, observó cómo el monstruo se dirigía hacia su amiga, incapacitada para escapar.

 

-Tengo que hacer algo –se dijo a sí misma mientras hacía un gran esfuerzo por reincorporarse.

Después de recoger su arco, apuntó de nuevo a la cabeza, pese a que el dolor de la caída interfería al sostener la cuerda y su visión era ligeramente borrosa.

 

No podía permitirse fallar. Y no sólo eso. Tenía que hacer que ese disparo fuese más potente que los anteriores.

 

“Concéntrate”, pensó, sintiendo que su brazo empezaba a debilitarse, manteniendo su arma en las manos a base de fuerza de voluntad de manera que el objetivo no escapase de su punto de mira.

 

“Concéntrate”, repitió, rememorando la vez que consiguió atravesar varios árboles en fila con una sola flecha. Procurando que se produjese la resonancia en la punta de la que ahora sujetaba. Intentando aislarse de la presión que atentaba con distraerla, sumándose a la dificultad del propio disparo.

 

“Tengo que salvarla”.

 

En ese momento, como si toda duda se hubiese esfumado, y justo cuando el Eraser se abalanzaba sobre Seph, dejó que la flecha volase, cortando el aire con un ligero silbido hasta introducirse en su cráneo.

 

Aunque logró penetrar más profundamente, no alcanzó la fuerza suficiente para matarlo. Aun así, el dolor provocado fue tan grande, que el aullido de la bestia resonó por toda la villa, dando tiempo a que el resto de soldados acabasen con su vida y rescatasen a Seph en el proceso.

 

-Ah... –suspiró la joven peliazul, aliviada, dejándose caer sobre el suelo. Un momento de relajación que duraría poco tiempo, ya que otro Eraser apareció delante de ella, observándola con ojos fieros.

-Je, ¿y qué más? –dijo, con una sonrisa irónica en la cara e incapaz de mover un sólo músculo. Para colmo de males, ya no le quedaba munición- Al menos le he salvado la vida a alguien antes de morir –se dijo mientras la imagen de Quattuor aparecía en su cabeza-. Es increíble que en lo último que piense seas tú...

 

Justo cuando la garra de la bestia se disponía a aplastarla, se produjo un temblor de tierra que hizo que todos se detuviesen.

-¿Eh? –se extrañó Sarah, al ver que el Eraser miraba a su alrededor, confuso- ¿Qué ha sido eso?

 

Minutos atrás, Ivel y su grupo se hallaban enfrentándose a dos Erasers junto con el equipo de su padre, con quien habían logrado reunirse.

 

La situación era complicada, pues pese a que los mantenían más o menos a raya, ninguno bajaba la guardia lo suficiente como para permitirles un golpe mortal.

-¡Menos mal que habéis venido! ¡Si no fuese por vosotros, esto se habría puesto peor! –declaró Argo, esquivando a tiempo una de las garras.

-¡Si hubiese un hueco por donde darles! –comentó Ivel, manteniendo una distancia segura.

 

De repente, el filo de una espada se introdujo en uno de los ojos de la criatura que tenía enfrente. Era alargado, por lo que lo relacionó con las armas que utilizaban en su tribu.

-¡¿Necesitáis ayuda?! –preguntó Jaryl, apareciendo junto con algunos miembros de su equipo.

-¿¡Jaryl!? ¡¿Qué ha pasado con los demás?! –preguntó Ivel.

-¡Algunos están ayudando a evacuar! ¡Tan sólo quedan unos pocos rezagados, así que he decidido echaros una mano! ¡Parece que no me he equivocado al elegir! –respondió mientras recogía su arma.

-¡Ya te daré las gracias luego! –exclamó, aprovechando el momento para lanzarse sobre la cabeza de la bestia y penetrar su ojo sano con su lanza hasta caer al suelo fulminada.

 

El que quedaba, viéndose en desventaja tras perder a su compañero, optó por una táctica mucho más agresiva, atacando a diestro y siniestro sin apenas preocuparse por las consecuencias.

 

Algunos nómadas sufrieron sus golpes, pero aquello también le dio a Argo la oportunidad de encajarle un fuerte golpe en la barbilla, haciéndole retroceder unos pasos, de manera que pudo alargar el filo de su espada hasta realizarle un corte en el paladar.

-¡Ugh! ¡Por qué poco! –se quejó el hombre, retirándose antes de que contraatacase- ¡Ivel! ¡Yo me ocupo de llamar su atención! ¡Os haré una señal para que ataquéis!

-¡¿Estás seguro?!

-¡No te preocupes! ¡Saldrá bien! –contestó a la vez que se alejaba de ellos, situándose a cierta distancia de su objetivo y esperando a que éste le siguiese.

 

Justo cuando se disponía a embestirle, rodó por el suelo para esquivarlo en el último segundo.

-¡Eh! ¡Que estoy aquí! –gritó mientras su oponente repetía la misma acción, siendo esquivado de nuevo, pero, esta vez, provocándole una herida superficial en el brazo izquierdo con una de sus garras.

-Un poco más... –se dijo a sí mismo, preparándose para una tercera embestida que, para su sorpresa, fue sustituida por un ataque con las patas delanteras, abalanzándose sobre él como un felino en plena caza.

-¡Ahora! –avisó, saltando hacia atrás al mismo tiempo que hundía su espada en una de sus extremidades, inmovilizándola contra el suelo. A su señal, el resto de nómadas se lanzó hacia el Eraser, que pese a tratar de defenderse, se vio incapacitado por el movimiento de Argo, quedándose a merced de todas las espadas que atravesaron su cuerpo. Aun así, tuvo la voluntad suficiente para atacar a Argo con la garra que le quedaba libre, penetrando su abdomen y arrojándolo contra el suelo.

-¡Padre! –exclamó Ivel, corriendo a socorrerle-. ¡Oh, no! ¡No!

El cuerpo del hombre yacía sobre tierra teñida de rojo. Le costaba enormemente respirar y no dejaba de toser sangre, casi atragantándose cada vez que lo hacía.

 

Ivel se arrodilló a su lado y observó aterrorizada aquella escena. Sus manos y su boca temblaban.

-¡Rápido! ¡Tenemos que detener la hemorragia! –ordenó, con tono de desesperación.

-Déjalo, Ivel... –contestó Argo, cogiéndola de la mano- No hay nada que hacer...

-¡No! ¡No! ¡Tiene que haber algo! ¡Lo que sea!

Hasta ella misma sabía que era imposible hacer algo en su estado. Probablemente, aquel ataque se había llevado varios órganos por delante, y no había nadie entre los nómadas que pudiese tratar algo así. Y menos en aquella situación.

-Cuida bien de todos. Sé que serás capaz. Lo has hecho siempre... ¡Ugh! –una nueva tos lo interrumpió, manchando de sangre su pecho y haciendo que Ivel se estremeciera- Al fin y al cabo, eres nuestra hija...

-¡Padre! ¡Padre! –respondió ella, rompiendo a llorar y acercando su otra mano a la de él.

-Cuando la vea, le hablaré sobre ti. Sobre tu fuerza, tu amabilidad... Sobre lo orgulloso que estoy de ti.

 

En ese momento, Jaryl, situado detrás de ella, se tapó los ojos con una mano mientras apretaba los dientes.

-Apóyala en todo lo que puedas, Jaryl –dijo, con una media sonrisa para, poco después, levantar la vista al cielo- Espero haber sido un buen guía para vosotros...

-El mejor que ha habido –declaró Ivel entre sollozos.

-Me alegro...

 

Tras su muerte, Ivel agachó la cabeza, dejando que su frente tocase el dorso de su mano.

-Gracias por todo, padre.

Justo entonces, el suelo tembló.

-¿Un terremoto? –preguntó otro de los nómadas.

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