lunes, 15 de abril de 2013

Gaia Project: Capítulo 6

-¿Tribus? -repitió Kareth, al escuchar el nombre de la chica.

-¿Te parece un nombre raro? –preguntó ella, despreocupadamente.

-¡N-no! ¡Es que...! –intentó defenderse el joven.

-¡Eh! ¡Oye! ¡No pasa nada! ¡No tienes de qué avergonzarte! –le interrumpió Tribus, dejándolo sin palabras.

-¡Ja ja ja! –rió Argo ante la escena-. En fin, por si no lo sabíais, ella es quien nos va ayudar en el intercambio y compra de mercancía –aclaró.

-¡Oh! –se sorprendió Sarah.

-Esperabas a alguien más mayor, ¿verdad? –dijo Argo, todavía sonriente.

-Bueno... eh... supongo que sí –admitió Sarah.

-Es lógico, mucha gente antes que vosotros ha tenido el mismo problema –comentó el nómada.

-¡Me alegra ver que sigues como siempre, Tribus! –dijo Ivel, mostrando una sonrisa como la de su padre.

-¡Ivel! ¡Cuánto tiempo! Dime, ¿has encontrado ya novio? –preguntó Tribus, descaradamente.

-¡¿A qué viene eso?! –replicó la chica, sonrojándose y dando un paso atrás, poniéndose a la defensiva.

-¡Eso es que sí! –bromeó Tribus.

-¡Ni loca! –se quejó Ivel, desviando la mirada por la vergüenza.

-Siempre le hago la misma pregunta cada vez que la veo. Me encanta hacerla enfadar. Aunque esta vez parece más avergonzada. Me pregunto por qué será –añadió Tribus, mirando fijamente a la nómada, quien la ignoró.

-Cambiando de tema, mañana iremos al edificio gubernamental. ¿Por qué no hacemos una gran cena a modo de bienvenida? Ya que estamos, podría ser en honor a Kareth y Sarah –propuso Argo.

-¡Me apunto! –señaló Tribus.

-No se hable más. Preparaos bien, porque esta noche lo vais a pasar en grande –sentenció el hombre.

 

Aquella noche, el fuego de las hogueras y los gritos de los nómadas, y no tan nómadas, llenaron el campamento.

 

Al son de pequeños instrumentos de percusión, tejidos con pieles de animales y fibras de plantas, jóvenes y adultos aprovecharon aquella ocasión para disfrutar como nunca del calor y la diversión del evento.

 

Al mismo tiempo, Kareth y Sarah recibieron agradecimientos y homenajes por parte de los presentes. Pese a que no iban a marcharse hasta después de unos días, los nómadas querían despedirse con la mejor de las celebraciones.

-Esto es para ti –dijo Hina, quien, con manos temblorosas, le entregó a Sarah un pequeño colgante del que pendían varias figuras talladas a mano. Si bien eran un poco deformes, se podía advertir el gran esfuerzo con el que se había hecho.

-Los niños llevan haciéndolo desde antes de llegar. Querían que fuese una sorpresa –explicó la madre de la pequeña.

-Muchas gracias –respondió Sarah mientras, sonriente, los abrazaba. A su lado, Kareth compartió el mismo sentimiento.

-Amigo, quiero que te quedes esto –dijo, de repente, Jaryl, quien le entregó a Kareth un cuchillo mediano con empuñadura forrada en piel.

-¡Vaya! ¡Es genial! ¡Gracias! –agradeció mientras le daba vueltas para observarlo mejor.

-Llevaba este cuchillo cuando Will y yo os rescatamos –explicó mientras su compañero, a su lado, asentía, corroborando sus palabras-. Creemos que os traerá buena suerte en vuestro viaje.

-Es un detalle por tu parte. Lo tendré siempre cerca –dijo Kareth.

-¡Brindemos por Kareth y Sarah! –exclamó Argo, levantando su jarra, poco antes de que el resto, incluida Tribus, hiciese lo mismo.

 

La fiesta duró hasta la madrugada, cuando Argo la dio por finalizada, alegando que, al día siguiente, él y Tribus tenían trabajo que hacer.

 

Mientras se encontraba recogiendo, Kareth escuchó la voz de Ivel, llamándolo para que la acompañase. Tras esto, ambos caminaron hacia una zona alejada del campamento, donde se sentaron. Desde allí, podían ver al resto de nómadas acabando de limpiar y yéndose a dormir.

-Ha sido muy divertido –declaró Kareth.

-Sí –corroboró la chica.

-¿Sabes? Cuando desperté en el campamento, después de que Jaryl y Will nos encontrasen, me sentía confuso. Acostumbrado a vivir en Yohei Gakko, todo esto era nuevo para mí. Pero, al pasar tiempo con vosotros, me di cuenta de que sois como una gran familia. Os ayudáis entre vosotros, cada uno cumpliendo su función. Sin quejas. Sin reglas. Libres. Viviendo como queréis, cuidando unos de otros. Hemos vivido poco tiempo aquí, y ha pasado tan deprisa que quizás me esté precipitando al decir esto, pero me alegro de habernos encontrado.

-Je –rió Ivel.

-¿Qué te hace tanta gracia?

-Pareces un viejo, recordando los buenos tiempos.

-¡Eh! Estoy hablando en serio.

-Lo sé. Te agradezco que pienses así de nosotros, y también que nos hayáis ayudado tanto defendiendo a mi gente.

-¡Oh, vamos! Nos salvasteis la vida y nos disteis un hogar. Es lo menos que podíamos hacer. Si alguien tiene que daros las gracias somos nosotros. Sobre todo a tu padre. Él fue quien nos dio una oportunidad, sin juzgarnos por lo que pasó en Yohei Gakko.

-Es alguien muy especial –relató la nómada-. Hace tiempo me contó que mi madre murió al darme a luz. Al parecer, el parto se complicó y hubo que elegir entre la vida de mi madre y la mía. Me dijo que era una mujer fuerte, y que jamás se rindió ante nada, ni siquiera ante la muerte, resistiendo hasta ver que naciese sana y salva. A partir de entonces fue mi padre quien se ocupó de todo. Cuidó de nosotros y me crió lo mejor que supo, esforzándose día a día. A día de hoy, entiendo por qué dijo que mi madre se fue en paz. Porque sabía que podía confiar en él. No hay nadie mejor que él para guiar a nuestro pueblo.

-Debes de querer mucho a tu padre –dijo Kareth.

-Por supuesto.

-Es curioso. Aunque es la segunda vez que hablamos a solas, parece que te has sincerado más –sonrió el chico.

-B-bueno... –tartamudeó, carraspeando poco después-. Ahora nos conocemos un poco más, así que no hay nada de malo en ello, ¿no?

-Para nada. De hecho es al contrario. Me alegra que confíes en nosotros.

-Que tengáis suerte en vuestro viaje, Kareth –dijo Ivel, cabizbaja.

-Igualmente.

 

A la mañana siguiente, cuando despertaron, Argo y Tribus ya se habían marchado. Así que comenzaron a cargar la mercancía que utilizarían durante los trueques.

-¿Qué soléis adquirir? –preguntó Kareth, con curiosidad, mientras llevaba un par de cajas llenas de pieles.

-Telas, armas, etc. Pero, sobre todo, medicinas. Es raro que caigamos enfermos, pero vienen muy bien para tratar heridas durante la caza –explicó Ivel- Por desgracia, son difíciles de obtener.

-¿Eh? ¿Por qué?

-Porque son bastante caras. Los mercaderes que las venden saben lo necesarias que son, por lo que regatear con ellos lleva su tiempo. Y no siempre las conseguimos al precio que nos gustaría. De hecho, si mi madre... –la chica se detuvo a mitad de frase.

-¿Qué? –preguntó Kareth.

-Nada, olvídalo –respondió, poco antes de cargar con otra caja y marcharse.

 

Mientras meditaba las palabras de Ivel, Sarah apareció a su lado. Llevaba el colgante hecho por los niños, un añadido más al que siempre guardaba y que era igual que el de Kareth.

-¿Qué te hace tanta gracia? –preguntó la joven al darse cuenta de que su compañero acababa de sonreír.

-No sé. Supongo que me resulta un poco tierno verte llevándolo –contestó él, señalando el colgante.

-No podía hacer otra cosa. Cuando me lo dieron, me sentí como contigo y los demás en Yohei Gakko, o como cuando estaba con Yami –dijo a la vez que acariciaba el objeto- Empiezo a tener miedo de que pueda pasarles algo como les pasó a ellos. Con esto, me siento algo más tranquila.

-Lo comprendo –se sincero el chico-. Si estuviese en tu lugar, haría lo mismo. Por cierto, te queda bien.

-¡Ja ja ja! Gracias.

 

Tiempo después, Argo y Tribus volvieron y se reunieron con el resto. Tras esto, decidieron dividirse en dos grupos, uno se encargaría de llevar el puesto y el otro de buscar a aquellos de los que requiriesen productos para comprárselos.

 

De lo que más tenían para intercambiar era comida, pero también había otras cosas a las que podían sacarle partido. Así pues, Kareth, Sarah e Ivel, acompañados también de Tribus, fueron los encargados de inspeccionar cada uno de los puestos, en busca de lo que pudiesen necesitar, mientras, por otro lado, Jaryl y Will se quedaban con Argo en el que habían montado ellos.

 

Dentro del grupo, Kareth guiaba a uno de los indras, el cual cargaba con parte de la mercancía. Con el tiempo, se había acostumbrado a tratar con aquellos animales, o más bien, se había visto obligado a ello para poder desempeñar bien su papel como cazador. Y lo cierto es que no se le daba mal, aunque todavía no había llegado a montarse en uno.

 

En ese instante, divisó a lo lejos a varios “Geads”. Parecían caminar en dirección contraria a la que iban ellos, sólo que en la parte de fuera del área del mercado. En el espacio que había entre una fila de puestos y otra.

 

Por si llamaba demasiado la atención, decidió evitar mirarlos fijamente.

-¿Tenéis problemas con la ley? –preguntó una voz cerca de él, sorprendiéndolo y haciendo que se girase al origen de ella, descubriendo a Tribus a su lado- No te preocupes, no soy quién para juzgaros, pero quizás suponga un problema para los trueques, así que tened cuidado. No me gustaría que algo saliese mal. Les tengo mucho cariño a los nómadas. –le advirtió la chica.

 

Debido a su tono de voz, no supo si tomárselo como un consejo o una amenaza, pero sus palabras lo confundieron. De todas formas, no había ni que repetírselo, ya que él mismo sabía bien el cuidado que debía tener.

-¿Desde cuando les has estado ayudando? –preguntó Kareth, cambiando de tema.

-Mm... veamos... –dijo ella, llevándose una mano a la barbilla- Nos conocimos, aproximadamente, poco después de que naciese Ivel. Si ella tiene unos quince años, pues ese tiempo.

-Quince años... –murmuró el chico, pensativo.

-No los aparenta, ¿eh? ¿Qué pasa? ¿Estás interesado en ella? Si quieres puedo echarte una mano –se ofreció Tribus, esbozando una maliciosa sonrisa.

-No lo decía por eso. –replicó Kareth, frunciendo el ceño.

-Cuando los conocí, eran unos principiantes a la hora de comerciar. Les ofrecí mi ayuda y, aunque Argo desconfió al principio, finalmente la aceptó. Desde entonces, cada vez que han venido, les he apoyado.

-¿Argo no quiso tu ayuda al principio?

-Tanto su hija como él son orgullosos.

-Sí, lo sé. Aun así no son personas que rechacen ayuda si creen que es lo mejor para los nómadas.

-Por entonces, todavía no había superado la muerte de su mujer, así que supongo que no pensaba con claridad –explicó Tribus con voz melancólica.

“Y pese a todo, se había ocupado de criar a su hija así como de proteger y guiar a sus semejantes”, fue lo que al chico se le pasó por la cabeza.

 

Justo entonces, recordó algo que quería preguntarle a Tribus.

-Hay algo que me gustaría saber.

-¿El qué? –preguntó ella con curiosidad.

-Esa casa...

-¿Te refieres a mi casa? –le interrumpió Tribus

-Sí –respondió, mostrándose un poco incómodo- Puede que parezca raro, pero, cuando la vi, tuve la sensación de que me llamaba. Como si me atrajese. No entiendo por qué.

-Y querías saber si podría conocer la respuesta –sentenció Tribus-. Dime, ¿te gustaría verla? Por dentro, me refiero.

-¿Eh? –se sorprendió Kareth ante su repentina proposición.

-No me importaría que le hicieses una visita antes de irte. Puede que te haga sentir menos confuso.

-B-bueno. Supongo que si no te importa...

-¡Para nada! ¡Los amigos de mis amigos son mis amigos! ¡Puedes venir cuando te apetezca! –contestó ella, alegremente.

-G-gracias –agradeció el chico, esbozando una sonrisa irónica.

 

Finalmente, se detuvieron frente a un puesto regentado por un hombre rechoncho de bigote negro y una boina en lo alto de su redondeado cráneo.

 

Expuestos sobre un mostrador, había varios frascos de cristal y plástico, además de vendas y otro tipo de utensilios de primeros auxilios. Allí estaba lo que necesitaban.

-Vaya, que clientes tan guapos –dijo el dueño, al verlos acercarse. Kareth pudo notar la prepotencia en su voz.

-Ahórrate la charla innecesaria –respondió Ivel con seriedad-. Vamos a necesitar parte de tu mercancía.

-Me alegra oírte, pero ya sabéis que si no tenéis algo interesante que podáis darme a cambio, no haré ningún trato –indicó el hombre, conociendo la ventaja de la que disponía.

 

Ignorándole, Ivel cogió parte de su propia mercancía y las dejó sobre una mesa de madera dispuesta allí por Sarah.

 

Tras levantar la tela que la cubría, dejó a la vista una gran cantidad de alimentos.

-Aquí puedes ver todo tipo de carne, frutas y hortalizas. Esto, por ejemplo –explicó mientras lo señalaba-, procede de una de las bestias de los yermos, uno de los más grandes lobos que rondan la zona. Si lo vendes a las clases más altas, podrás vivir cómodamente durante al menos dos meses.

-¿Eso es verdad? –susurró Kareth a Tribus.

-Bueno, es cierto que es una buena pieza, pero sí, está exagerando un poco.

-¿Un poco?

-Si comparamos lo que ha dicho ella con la realidad, probablemente lo que obtenga vendiéndoselo a las clases altas le dure un mes o así. De todas formas, lo que ha dicho para intentar convencerlo ha sido bastante ambiguo. Se basa en la confianza que le tenga el hombre, pero también puede hacer que los beneficios parezcan más grandes de lo que podrían ser.

-Es decir, que según como lo interprete podría incluso exagerarse aún más.

-Algo así.

-¿Qué es lo que pides a cambio? –preguntó el mercader, ajeno a la pequeña conversación entre Kareth y Tribus.

-Cinco frascos de antibióticos, cinco de hierbas medicinales, cinco de desinfectantes y antisépticos y vendas –solicitó Ivel.

-¡Ja! Para ello tendrás que darme más de la mitad de lo llevas ahí –replicó el hombre, señalando la mercancía que llevaban- Así que, ¿por qué no me muestras más?

-¿Acaso ha pedido demasiado? –volvió a preguntarle Kareth a Tribus.

-Incluso para estos mercaderes, las medicinas no son fáciles de obtener. Además, se aprovechan de su alta demanda para inflar los beneficios.

 

Mientras tanto, Ivel puso otra parte de sus productos sobre la misma mesa. En ella había madera, pieles de animales, algunas telas y armamento.

-No puedo darte tanto por las medicinas, pero, si lo deseas, puedo ofrecerte parte de nuestro cargamento de carne y de fruta, además de telas y armas. A cambio, quiero que aumentes el número de hierbas medicinales.

-¡Ni loco! Como mucho, puedo ofrecerte dos frascos de cada cosa que me has pedido. Y olvídate de las vendas.

-Cuatro frascos y las vendas.

-No hay trato. Además, puedo conseguir lo que me has enseñado en otros sitios, a precios mucho más baratos y sin tener que regatear siquiera. Mi última oferta es dos frascos de cada por todo lo que me has ofrecido. Si quieres más, también tendrás que ofrecerme más –declaró el comerciante, cruzándose de brazos y dibujando una malvada sonrisa con sus labios.

-Parece que no ha ido bien –comentó Kareth.

-En realidad, ha ido mejor que nunca –indicó Tribus, alegremente.

-No lo entiendo. Si accede a lo que pide, perderemos una buena parte de lo que tenemos para intercambiar.

-Ha hecho que se confíe y se bañe en su propia arrogancia, pero en momentos de desesperación, eso le puede traer consecuencias ¿Y cuál es la mejor manera crear desesperación? Mediante el miedo.

-¿Qué? –preguntó el joven inmortal, sin entender una palabra de lo que decía.

-Si esa es tu última oferta, no me queda más remedio que probar suerte en otro puesto –declaró Ivel, empezando a guardar las cajas con los productos dentro.

-Tú misma, pero no sé donde vas a encontrar a alguien que te haga una oferta tan generosa como la mía –se jactó el comerciante.

-¿Quién sabe? Puede que ese alguien valore más su vida de la que lo valoras tú –murmuró la chica, en un tono que llegase a oídos de él.

-¿Qué?

-Ya sabes, fuera de Genese hay muchas bestias y animales peligrosos. Cuando uno viaja, debe tener mucho cuidado.

-¿Acaso crees que viajo solo? Pago a mercenarios para que me escolten.

-Oye Ivel, no sé donde dejar esto –dijo Tribus, sorprendiendo, Kareth, quien acababa de darse cuenta de que ya no estaba a su lado, sino que ahora estaba junto al cargamento que había a lomos del indra, con uno de los colmillos de la serpiente a la que derrotó Ivel, cuando la conoció, en sus manos.

-¿Qué es eso? ¿Un hueso? –preguntó el mercader, burlándose.

-Un colmillo –dijo Ivel como si nada.

 

Entonces, la expresión del hombre cambió. Ahora ya no había rastro de su sonrisa arrogante y un sudor frió descendió por sus mejillas.

-Cuando luchamos contra aquella bestia, esto fue lo único que obtuvimos a cambio de la vida de mis compañeros. Tuvimos que huir, dejando parte de nuestro cargamento. Es por eso, que no podía venderte toda la mercancía. Es una suerte que sigamos vivos –le contó Ivel, ante la atónita mirada de Sarah, Kareth y el propio dueño del puesto- Al menos descubrimos que nuestra carne puede entretenerle durante un tiempo y darnos la oportunidad de huir, pero en fin, supongo que no la quieres. No te preocupes por eso, Tribus, ya lo llevaré yo.

-¡Espera! –exclamó el mercader. Haciendo que la nómada se girase- T-te lo cambio por cuatro frascos de cada y las vendas.

-Me has dicho que pagas a mercenarios para que te protejan. Seguro que te irá bien –declaró, animadamente, la joven pelirroja mientras hacía además de marcharse.

-¡No! ¡Espera! ¡Cinco! ¡Cinco frascos de cada y las vendas!

-No se preocupe. Seguro que puede esperar a que se la venda otro. Y más barata –continuó Ivel.

-¡Siete! ¡Siete de cada y las vendas!

-Mm... Eso me gusta más. De acuerdo, hay trato.

 

Sarah y Kareth se miraron sin saber bien que decir. Lo único que pudieron concluir de todo ello fue que Ivel y Tribus eran un par de de demonios.

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