martes, 12 de febrero de 2013

Gaia Project: Capítulo 1

Atrapado e impotente, observó a las dos personas situadas más allá de la plataforma que los separaba. Intentó por todos los medios llegar hasta ellas, pero, por más que lo intentase, era como si algo sujetase sus pies, con tal fuerza, que no podía creer que aquello fuese real.

-¡Nara! ¡Remi! –exclamó, sin que nadie le hiciese caso.

 

Sus gritos no sirvieron. En el fondo, sabía que nadie lo iba a escuchar. Estaba totalmente aislado.

 

Entonces, una sombra emergió de la nada, situándose a lado de Nara y Remi. No podía distinguir quién era, pero sí pudo observar su sonrisa sádica.

-¡No! ¡Déjalos en paz! ¡No les hagas daño! –intentó gritar de nuevo, sin lograr nada excepto que aquella sombra levantase uno de sus brazos- ¡No! ¡Espera!

 

Cuando esa figura bajó el brazo, sus dos amigos se desvanecieron como polvo en el aire.

-¡¡No!!

 

Kareth despertó, sudando y jadeando. Su propio grito le había despertado de aquella pesadilla en la que Remi y Nara eran asesinados. Y aunque en su sueño, no había podido ver al autor del homicidio, sabía bien de quién se trataba.

 

Algo mareado, miró a su alrededor. Pese a su visión un poco borrosa, alcanzó a distinguir varias mantas y telas atadas a un largo poste central.

 

Una vez sus ojos enfocaron bien el sitio, descubrió que éste era el interior de una gran tienda de campaña.

 

Estaba acostado sobre un grueso mantel acolchado y con el torso al descubierto, motivo que le llevó a sentirse confuso, y a llevarse una mano a la cabeza con el fin de intentar recordar lo sucedido antes de quedarse inconsciente, ahora que tenía la mente más despejada.

 

Recordó todo lo sucedido en Yohei Gakko: la liberación de Sarah, la huida hacia las naves de evacuación, la lucha contra Lethos, Unum, las muertes de Seigari y Remi, e incluso lo sucedido con Nara. Esto último, provocándole tal ataque de ira, que golpeó con fuerza su pierna, profiriendo un grito de dolor.

 

Al quitarse de encima la manta que le cubría de cadera para abajo, se percató de que su rodilla había sido vendada.

 

“Esto debe de ser por la herida que me hizo Lethos con su cuchillo”, pensó.

 

Pese a su inmortalidad, lo que le permitía regenerar cualquier herida, ese cuchillo había logrado infligirle una lesión más duradera, puede que incluso permanente.

 

El recuerdo de Unum, a quien consideraba el causante de todo, le hizo sentir una rabia indescriptible, nublando su mente y provocándole la sensación de que su cuerpo empezaba a cambiar.

 

Sin embargo, en ese momento, cayó en la cuenta de que no había sido el único que había conseguido escapar echando un vistazo rápido al interior de la tienda para comprobar si ella también había acabado allí. Por desgracia, no la encontró.

 

¿Acaso le había ocurrido algo mientras había estado inconsciente? Para empezar, ¿cómo había ido a parar allí?

 

Intentando aclarar sus pensamientos, se dispuso a ponerse en pie, pero cayó al suelo en su primer intento. Sus piernas no respondían bien, ya que seguían dormidas, lo que le hizo cuestionarse cuánto tiempo llevaba inconsciente.

 

En ese instante, dos telas dispuestas a modo de entrada dieron paso a la luz del exterior, cegándole durante unos segundos. Entonces, una persona caminó hasta él y lo ayudó a volver a su cama. Tras esto, lo abrazó.

-Menos mal que estás bien. Me tenías preocupada –dijo la voz de Sarah.

-¿Qué ha pasado? ¿Dónde estamos? –preguntó Kareth, quien sentía una mezcla de alegría e incomprensión.

-Tranquilo, lo primero es que bebas y comas algo. Llevas inconsciente varios días –dijo poco antes de abandonar la tienda y volver segundos después con un cuenco y una diminuta figura humana caminando a su lado, quien llevaba otro igual.

-Toma.

 

La chica le dio uno de los cuencos, lleno de agua. Al verlo, le inundó una terrible sensación de sed, bebiendo con extrema avidez y haciendo que parte del líquido salpicase su cuerpo.

-¡Eh! ¡Eh! ¡Bebe con más cuidado o te vas a atragantar! -le regañó la joven.

-Ah... ah... –jadeó Kareth, dejando sobre el suelo el cuenco, ya vacío-. Gracias... lo necesitaba...

 

Entonces, el otro individuo, del tamaño de un niño de unos cinco o seis años, dejó el otro cuenco a su lado. En su interior había lo que creía que eran pequeños trozos de pan, mezclados con algún tipo de fruta.

 

Kareth observó al curioso personaje, cubierto como estaba, de forma que sólo se podían ver sus diminutas manos sobresaliendo de las mangas de un abrigo color marrón, cuya capucha sólo permitía distinguir nariz y boca bajo la sombra que proporcionaba.

-¿Quién es? -preguntó Kareth, extrañado.

-¿Por qué no te presentas? -preguntó Sarah, alegremente.

 

El pequeño individuo negó con la cabeza y se escondió detrás de la chica. Algo sorprendido, Kareth cogió el cuenco de comida.

-Gracias -dijo, comiendo del mismo, esta vez, con más calma.

 

-Bueno, ahora que ya tengo el estómago lleno, ¿por qué no me cuentas qué ha pasado? –preguntó Kareth mientras depositaba el cuenco, ya vacío, encima del otro.

 

Estaba sentado frente a su compañera, quien, a su vez, llevaba sobre su regazo al pequeño individuo, todavía oculto bajo su abrigo.

-A ver... –comenzó Sarah, mirando hacia arriba, intentando recordar- Desperté en otra tienda de campaña, no muy lejos de aquí. Había dos personas, vestidas como ella, cuidándome.

-¿Ella? –se extrañó el joven, a lo que Sarah respondió señalando a quien estaba sobre su regazo.

-Cuando les pregunté por qué estaba allí, me dijeron que nos habían encontrado dentro de la nave de evacuación. Probablemente, nos dimos un golpe al aterrizar y la puerta se abrió. El caso es que dos de ellos consiguieron traernos hasta aquí y cuidaron de nosotros.

-¿Quiénes son?

-Nómadas... mutantes...

-¡¿Mutantes?!

-¡Chsst! -lo calló Sarah-. No lo digas tan alto. No estoy segura que les guste llamarles así, pero tampoco se me ocurre otra manera de hacerlo.

-Vale, vale, pero ¿por qué los llamas así?

-Son humanos en los que la guerra ha afectado a su genética, por lo que han adquirido rasgos físicos diferentes del resto de humanos.

-¿Como los fenrir?

-Algo así.

-Entiendo –dijo el chico mientras dirigía la mirada hacia la pequeña que tenía enfrente, quien parecía haberse dormido.

 

En ese momento, se dio cuenta de algo, girándose hacia la manta sobre la que había dormido y revolviéndola de arriba abajo.

-¿Qué buscas? -preguntó Sarah con curiosidad.

-¡Mi colgante! ¡¿Dónde se ha metido?! –dijo, preocupado.

-¡Ah! –exclamó ella, a la vez que inspeccionaba entre sus ropas y sacaba el codiciado objeto-. Toma. Lo cogí para que no se perdiese. Pensé que, hasta que despertases, estaría más seguro conmigo.

-¡Gracias! –respondió él, soltando un suspiró de alivio, y extendiendo su mano para recogerlo y guardarlo en su bolsillo.

 

Al mismo tiempo, Sarah lo observó mientras acariciaba el suyo, totalmente idéntico al de él.

 

Tras esto, Kareth desvió la mirada, con aire ausente.

-¿Ocurre algo? –preguntó su compañera.

-¿Eh? ¡Oh! Lo siento. Es que acabo de tener una pesadilla.

-¿Sobre qué?

-Sobre Remi y Nara siendo asesinados por Unum.

 

Al escucharle, la chica también cambió su expresión.

-No es bueno que te castigues, no había nada que pudiésemos hacer –dijo ella.

-Lo sé, pero podría haber sido de otra manera. Si sólo no me hubiesen ayudado...

-Si ese fuese el caso, nosotros no estaríamos aquí. Fue gracias a ellos que conseguimos escapar.

 

Kareth se mantuvo en silencio, si saber qué contestar.

-Fueron ellos los que tomaron esa decisión. Aun sabiendo las consecuencias. Además, si hay que culpar a alguien, entonces yo...

-¡No! Ya le oíste. Quería probarme, todo era para...

-Kareth –le interrumpió Sarah, poniendo sus manos sobre sus hombros, logrando así que la mirase a la cara.

-Por mucho que te culpes, eso no hará que mejore nuestra situación. Y tampoco la de ellos. Yo no quería que nadie me ayudase. Me consideraba la causa de todo. Y aun así, tomasteis la decisión de hacerlo. Gracias a vosotros, aprendí a confiar en los demás, y lo más importante, a quererme a mí misma. Pensé que no debía rendirme tan fácilmente. Y ahora, es el momento en que tú también lo pienses. No te culpes más. Confía en ti mismo. Confía en mí. Juntos solucionaremos esto.

 

Pese a sus palabras, Kareth no contestó, provocando un suspiro por parte de su compañera.

-Te dejaré tranquilo para que medites. Te recomiendo que eches un vistazo por el campamento. Parecen buenas personas.

 

Tras esto, cogió a la pequeña en brazos y se levantó. Después de echar un último vistazo atrás, se marchó de la tienda.

 

Más tarde, Kareth decidió hacerle caso y salió a tomar el aire.

 

Fuera, pudo observar numerosas tiendas como la suya, algunas más grandes y otras más pequeñas.

 

El suelo sobre el que se asentaban estaba casi totalmente hecho de arena. Y aunque, por lo general, la luz del Sol no abundaba, allí iluminaba más de lo que estaba acostumbrado.

 

Como había dicho Sarah, las vestimentas de los nómadas consistían en la misma prenda que llevaba la niña. La mayor diferencia podía ser el color y el tamaño, dependiendo del individuo. Le hacía preguntarse si las capuchas las llevaban para ocultar sus rostros o, simplemente, para protegerse del clima.

 

Había muchas familias. Algunos niños correteaban, jugando a pillarse entre ellos. Y, junto a los pequeños, podían verse algunos animales que, a su manera, también participaban.

 

Puesto que no conocía mucho sobre la fauna de aquella zona, lo único que pudo reconocer fue un par de fenrirs, aunque el que más llamó su atención fue uno de la misma altura que una persona adulta, con la columna ligeramente encorvada, dos colas, cuatro patas, y un lomo cubierto de espeso pelaje de donde salía un corto cuello terminado en la cabeza de un lobo.

 

“¿Qué es eso?”, se preguntó mientras acercaba una mano al animal, al que no pareció importarle mucho el contacto humano.

-Los llamamos indras –dijo una voz detrás de él.

 

Al darse la vuelta, se topó uno de los nómadas, quien, al contrario que sus congéneres, iba vestido con una capa roída, cubriéndole ésta también la zona de la cabeza. Debía de medir aproximadamente lo mismo que él, puede que un poco menos, por lo que supuso que también tendría la misma edad.

-¿Indras? –preguntó.

-Sí.

-Nunca había escuchado ese nombre.

-Se lo pusimos los nómadas, hace ya muchos años. Son dóciles y excelentes monturas. Eso sí, no te recomiendo probar su carne. Sabe fatal.

-Lo tendré en cuenta. Gracias.

-Por cierto, me llamo Jaryl –dijo el nómada, poniendo una mano sobre su pecho.

-Yo Kareth. Aunque puedes llamarme Kar, no me importa.

-¿Eres uno de esos extranjeros que recogimos?

-Supongo. A no ser que haya más como nosotros.

-Me alegro de que estéis bien. Cuando os encontré en mitad de los yermos, me preocupé. Sobre todo por tu rodilla. Esa herida no pintaba bien –añadió Jaryl, señalando su pierna.

-¡Ah, esto! Tuve una... pequeña pelea de la que salí un poco malparado –explicó Kareth, sin entrar en detalles. Pese a que no parecían malas personas, prefería evitar dar más información de la necesaria.

-Tranquilo, no soy del tipo de persona al que le gusta meterse en la vida de los demás –contestó el nómada, provocando una leve sonrisa en Kareth, quien se sentía como si le hubiesen leído la mente.

-Entonces, ¿fuiste tú quien nos recogió en las tierras desérticas? Gracias por sacarnos de allí. Si no lo hubieses hecho, no sé que hubiese sido de nosotros.

-No son necesarias. Va en contra de mis principios dejar a dos personas inconscientes a su suerte.

-Aun así, gracias –insistió el guerrero, a quien Jaryl asintió en señal de que las aceptaba.

-Si quieres, ya que pareces estar mejor, puedo enseñarte el campamento –se ofreció el nómada.

-Claro. Me gustaría conoceros mejor –aceptó Kareth.

-Sígueme. De paso, te presentaré a mi compañero. Él también ayudó a traeros hasta aquí.

 

Por el camino, continuaron charlando sobre la vida y costumbres de los nómadas.

-¿De dónde obtenéis alimento? -preguntó Kareth, interesado-. No he visto cultivos ni ganado.

-Bueno, aunque a primera vista no lo parezca, hay muchas criaturas subterráneas, así como agua. Por otro lado, siempre intentamos buscar lugares en los que abunden plantas y árboles, donde recogemos frutas e incluso, si el clima de la zona nos ayuda, plantamos algunos cultivos.

-Suena a bastante trabajo –dijo Kareth.

-Por supuesto, pero sabemos repartir nuestras tareas y coordinarnos a la perfección. De esa forma, el trabajo es más fácil y nosotros, más productivos.

-¿Y tenéis a alguien que haga de líder? Ya sabes, una jerarquía.

-Hay alguien que se encarga de proponer unas normas para estar bien organizados, pero más que considerarlo un líder, es algo así como un guía. Un sabio.

-Entiendo.

-Dentro de nuestro grupo, también destacamos los cazadores.

-¿Destacamos?

-Sí, yo mismo soy un cazador. Cuando vemos una criatura que puede servirnos alimento o simplemente quiere atacarnos, nosotros somos los encargados de luchar contra ella.

-Debes de ser un gran guerrero –le halagó Kareth.

-¡¿Quieres comprobarlo?! –propuso Jaryl, con un tono que parecía esconder una sonrisa desafiante.

-Jajaja, mejor no. No estoy en mi mejor momento -rechazó Kareth.

 

Finalmente, llegaron hasta una tienda de campaña más pequeña que aquella en la que Kareth había despertado. Sin embargo, la tela de la que estaba formada era más gruesa.

-Aquí es donde está mi compañero. Espera aquí, entraré yo primero y lo llamaré para que salga –propuso Jaryl.

-De acuerdo.

 

Después de que su acompañante desapareciese, el joven guerrero decidió sentarse a esperar. Desde allí, pudo ver a Sarah, quien ayudaba a algunos de los nómadas a transportar telas y cajas a diversas tiendas o cargarlas en carros llevados por indras.

 

Tanto su cultura como su forma de vida le estaban resultando interesantes. Era un mundo diferente al que estaba acostumbrado en Yohei Gakko. Por alguna razón, puede que relacionada con la confianza que se tenían los unos a los otros, no se sentía en peligro.

 

Entonces, escuchó un fuerte ruido que hizo temblar el suelo, provocando que se levantase rápidamente e intentase buscar, confuso, el origen.

 

Parte de los nómadas corrieron a refugiarse. Por el contrario, Jaryl, quien no tardó en salir de la tienda, acompañado de su congénere, avanzó hacia Kareth con la cabeza en dirección al foco de aquel temblor.

-¡¿Qué ocurre?! -preguntó el guerrero a los nómadas.

-¡Es una criatura de los yermos! –explicó Jaryl.

-¿Una criatura de los yermos?

-¡Tenemos que luchar! -gritó poco antes de empezar a correr, seguido de su compañero, quien iba vestido con el mismo abrigo que los demás, así como de Kareth, que todavía no entendía el peligro que representaban aquellas criaturas, pero que estaba dispuesto a ayudar en lo que hiciese falta.

 

Cuando llegaron a la zona del origen, encontraron a dos nómadas acorralados por un gran monstruo que había salido desde las profanidades de la tierra, ya que parte de su cuerpo, similar al de una serpiente gigante, se hundía en la superficie.

 

Poseía una enorme mandíbula, con colmillos capaces de partir el cemento en dos sin dificultad. Y no hacía falta decir lo que podía hacer con uno de esos nómadas.

 

A Jaryl y su compañero, se unieron otros congéneres, que Kareth supuso, se trataban de cazadores, para ayudarles en la batalla.

-¡Formación de ataque! –exclamó Jaryl mientras los nueve cazadores que habían sido reunidos, sacaban de sus abrigos sendos rifles y apuntaban con ellos a la bestia.

 

“¡¿De dónde los han sacado?!”, pensó Kareth al observar sus armas.

-¡Disparad!

 

Con rapidez y coordinación, los nómadas dispararon a su objetivo, logrando llamar su atención.

 

Aquellos rifles no le habían hecho ni un rasguño, pero esa no parecía ser su intención, permitiendo a sus compañeros acorralados salir de allí y buscar refugio.

-¡Cambio de formación! –volvió a gritar Jaryl.

 

En ese instante, los demás guardaron sus armas y rodearon a la bestia, que movía la cabeza de un lado a otro enseñando los dientes, amenazante. Entonces se lanzó al ataque, dirigiéndose primero a por aquellos situados a su derecha. Por desgracia para ella, los nómadas esquivaron su acometida mientras se disponían según las órdenes de Jaryl.

-¡Cambiad vuestras armas! –exclamó, momentos antes de que cada integrante desenvainase dos espadas desde el área de la cintura.

 

Tanto por tamaño como por forma de la hoja, dichas espadas eran similares a una cimitarra. No obstante, por lo que Kareth pudo observar, la empuñadura de una de ellas llevaba un mecanismo parecido al gatillo de una pistola.

-¡Atacad!

 

Al unísono, avanzaron hacia su objetivo, el cual les atacó de frente, buscando devorar a la mayor cantidad posible de ellos.

 

En ese momento, apuntando hacia abajo con la espada que llevaba el gatillo, y apretando el mismo, lograron que la hoja del arma penetrase el suelo y alargase varias veces su longitud hasta ser impulsados hacia arriba. Entonces, una vez en el aire, volvieron a apretarlo, recogiendo la hoja y aprovechando la caída para infligir un corte vertical con ambas espadas, en esta ocasión hiriéndola.

-¡Impresionante! -exclamó Kareth.

 

Pese a ese despliegue de técnica y compenetración, la criatura consiguió mantenerse en pie. Es más, parecía estar muy enfadada.

-¡Cuidado! –gritó de nuevo Jaryl.

 

Con una velocidad mucho mayor que la que había mostrado antes, el monstruo reptó en persecución de sus atacantes, consiguiendo que algunos de ellos fuesen golpeados al intentar apartarse.

 

Se habían cambiado las tornas. Ahora eran los nómadas quienes tenían dificultades para contraatacar, esquivando a duras penas la embestida de la criatura. Algunos de los cazadores incluso habían sido heridos, obligados retirarse de la vanguardia, por lo que el grupo no tardó en ver reducido su número.

-¡Tengo que hacer algo! –exclamó Kareth, buscando su teletransportador, que, por suerte, seguía en su muñeca, y ajustándolo para hacerse con un arma. Cual fue su sorpresa al ver que no aparecía nada.

 

-¡¿Qué?! –extrañado, probó varias veces a pulsar el aparato, sin conseguir resultados- ¡¿Qué pasa?!

 

Mientras tanto, el monstruo había conseguido acorralar a uno de los cazadores, disponiéndose a devorarlo.

 

Fue Jaryl quien, impulsándose con su espada, se lanzó a su cabeza, hincando ambos filos en la piel de la mandíbula superior, y permitiendo así que su compañero escapase.

 

Por desgracia, la respuesta de la bestia no se hizo esperar, sacudiéndose para quitarse de encima al nómada, quien, en uno de esos movimientos, salió despedido y chocó contra el suelo.

 

Habiendo perdido sus espadas, que seguían clavadas en la bestia, tras la caída; Jaryl se incorporó poco a poco, tambaleándose debido al mareo producido por el golpe, indefenso y a merced de del monstruo.

-¡Mierda! –gritó Kareth, corriendo hacia uno de los nómadas heridos y cogiendo las espadas de éste-¡Te lo cojo prestado!

 

Sin detenerse, el joven recorrió la distancia que le separaba de su objetivo, sin la certeza de si llegaría a tiempo.

 

Por suerte para ellos, su intervención no fue necesaria, ya que algo que cayó del cielo, golpeó fuertemente la cabeza de la criatura, noqueándola contra el suelo y levantando una nube de arena.

 

Una vez su campo de visión se hubo aclarado, descubrió una figura humana. Estaba de pie, sobre el cadáver de la bestia, sosteniendo con una de sus manos la lanza con la que le había puesto fin.

-¡No se os puede dejar solos! ¡Jaryl! –exclamó la voz de una joven pelirroja, de porte orgulloso e imponente, vestida con una capa similar a la del nómada.

-¡Sí! –respondió el aludido, poniéndose firme.

-¡Te dejé a cargo porque esperaba más de ti!

-¡L-lo siento!

 

Pese a todo, lo que más sorprendió a Kareth no fue la conversación entre ambos, sino el tercer brazo que, como si fuese de lo más natural, se originaba en la espalda de la chica.

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