viernes, 2 de marzo de 2012

The demigoddess and the necromancer: Capítulo 4

-¿Yohei Gakko? -preguntó el líder, perplejo- ¿De qué estás hablando?
-¡Ah! ¡Es verdad! Se supone que su existencia es un secreto. Bueno, da igual –dijo Kai.

Todos los ojos se posaron sobre él, aunque aquello no parecía incomodarlo en absoluto.
-¡Kai! ¡¿Has venido a ayudarnos?! –preguntó Sue, esperanzada.
-Por supuesto. Ya me habéis enseñado lo que quería ver, así que es hora de acabar con esto –contestó el chico.
-Pero, ¿cómo piensas luchar contra tantos?
-Confía en mí. Sé lo que hago.
-¡No os acobardéis! ¡Matadlo! –exclamó el líder.

A su orden, esta vez, las balas fueron dirigidas directamente hacia Kai.
-¡Primer espíritu: Kagami!

Con estas palabras, la trayectoria de los objetos se desvió fuera de peligro.
-¡¿Por qué no te afectan?! –gritó el líder, desesperado.
-Ya te lo he dicho. Tengo la ayuda de los espíritus. En eso consiste mi poder –contestó Kai-. ¡Tercer espíritu: Etheria!

De repente, las armas del enemigo se desmontaron, convirtiéndose en piezas inservibles. Éstos, viéndose contra las cuerdas, sacaron sus espadas y se lanzaron contra él, pero, al momento, se dieron cuenta de qué éstas se estaban deshaciendo, transformándose en hierro fundido, descomponiéndose.
-¡¿Y ahora qué?! –exclamaron varios de los secuaces.
-Etheria, espíritu de la degradación. En su presencia, los materiales inorgánicos vuelven a su estado original.

Fue entonces cuando, acobardados e impotentes ante el poder de Kai, decidieron huir, soltando al padre de Sue, quien cayó de rodillas contra el suelo.
-¡Octavo espíritu: Sázam! –invocó Kai, cuya velocidad aumentó de manera exorbitante, noqueando, en escasos segundos, a cada uno de los hombres, a excepción del líder, quien se cubrió con uno de sus secuaces, y el padre de Sue, a quien cogió y llevó de vuelta con su familia, llevado de vuelta junto a su familia.
-Y ahora, ha sido el turno de Sázam, espíritu de la velocidad. ¿Y bien? ¿Qué piensas hacer ahora? –preguntó el joven, acercándose al líder.

Éste chasqueó la lengua en señal de desagrado. Por su actitud, no parecía haberse rendido. En ese momento, de uno de sus bolsillos, sacó una jeringuilla con un contenido verdoso. Aquello sorprendió a Kai.
-¡No me digas que eso es...! –empezó a decir el chico.
-¡Exacto! –respondió el líder, con una sonrisa en su rostro- ¡Radiar! ¡Como des un paso más me lo inyectaré!
-¡No seas inconsciente! ¡Eso no es para jugar!
-¡¿Tú que sabrás?!
-¡Lo bastante como para pedirte que lo dejes! ¡Vamos, dame esa jeringuilla y prometo que te dejaré marchar!
-¿¡Te crees que soy idiota!? ¡Me matarás en cuanto me gire!
-¡No lo haré! ¡Te lo prometo! ¡Pero, por favor, dame eso!
-¡No! ¡Ja! ¡Tienes miedo, ¿verdad?! ¡Sabes que si me lo inyecto, te venceré! ¡Pues te vas a enterar! –sin dudarlo un segundo, se inyectó el elemento en su brazo.
-¡No! –gritó el chico, demasiado tarde en evitar que lo hiciese, logrando apartar únicamente una jeringuilla vacía.
-Mierda... –se quejó Kai.

Al principio, no ocurrió nada. De hecho, el líder se levantó, desafiante, como si las tornas hubiesen cambiando. Sin embargo, al poco tiempo de ponerse en pie, su cuerpo comenzó a convulsionar.
-¡¿Qué?! ¡¿Qué está...?!

Rápidamente, los brazos del líder se hicieron cada vez más grandes, transformándose en extremidades fuertes y musculosas de tonalidad negra, con grandes garras a partir de sus dedos, como los de una bestia. Sus piernas crecieron de la misma forma, así como el resto de su cuerpo. Su rostro se alargó hacia delante, formando un gran hocico con dientes fieros y afilados, y ojos rojos como la sangre.

Aquello no era humano. Medía más de tres metros de altura y su aspecto no se parecía al de ninguna otra criatura de ese planeta. Se había convertido en un monstruo.
-A-ayúdame... m-me duele... –dijo lo poco que quedaba de su humanidad.
-¡K-Kai, ¿qué demonios es eso?! –exclamó Sue, tan aterrorizada como el resto de los pueblerinos.
-Te lo advertí –dijo el chico, cerrando los ojos, como queriendo apartar la mirada de su propio fracaso- Todavía hay efectos del Radiar que se desconocen, incluso tras quinientos años desde que empezó la guerra. Si no se maneja como es debido, éstas pueden ser las consecuencias.
-A-yúdame...
-No te preocupes. Lo haré. Te mataré mientras todavía te quede algo de humanidad. Décimo espíritu: May.

Como por arte de magia, una chica bella y de aspecto afable, hizo su aparición frente a Kai. De todos los espíritus que había nombrado, ella era la única visible al ojo humano.
-¿Crees que podrás ayudarle? –preguntó el chico al espíritu.

Ella lo miró con tristeza. Sentía pena por la bestia, aunque sabía bien que no había vuelta atrás.
-Siento que tengas que cargar con esto, May.

El espíritu negó con la cabeza, sonriéndole para tranquilizarlo.

En ese momento, la bestia hizo un gruñido estridente y melancólico.
-Seguramente no le quede mucho para dejar de ser él mismo. Debemos acabar con esto cuanto antes.

Tras asentir, la joven se acercó a la bestia y posó una de sus manos sobre su pierna.

Entonces, comenzó a calmarse. Como si todo su dolor hubiese desaparecido. Cesando sus gritos de auxilio y sufrimiento. Como si se hubiese quedado dormida.

En silencio, llevado por una ligera brisa, se deshizo en polvo, uno envuelto en pequeños puntos de luz, diminutas estrellas que se iban apagando con el tiempo.

De aquella manera, el monstruo quedó reducido a la nada. Escuchándose palabras de agradecimiento en el aire.

-Gracias, May  -dijo Kai.
Al ver al espíritu girarse hacia él, Sue pudo sentir el cariño que le tenía al joven. Instantes después, desapareció al igual que la bestia.
-Gracias por todo –repitió el chico.

Mientras tanto, los pueblerinos se acercaron a él.
-Nos has salvado –dijo uno de ellos.
-¿Cómo podemos agradecértelo?
-No me lo agradezcáis a mí. Fue su valor quien os hizo cambiar, ¿no es así, Sue?

Notando la mirada de todos puesta en ella, la chica se ruborizó. Fue entonces cuando la puerta del comedor se abrió, dando paso a los pueblerinos del otro grupo, quienes se extrañaron al observar los cuerpos de los súbditos del líder.
-¿Qué ha pasado aquí? –preguntaron.
-Todo ha acabado, amigo. Hemos ganado –respondió el padre de Sue.

A la mañana siguiente, los pueblerinos trabajaron para poner todo en orden.

Tras ocupar el emplazamiento del antiguo líder y sus súbditos, investigaron cada rincón, recuperando cada uno de los objetos que les habían sido robados y estableciendo un nuevo lugar donde hospedarse.

El resto de secuaces habían sido reducidos. Superados en número, habían sido incapaces de utilizar su armamento, demostrándose de esa forma que, cuando el pueblo estaba unido, no había nadie que les detuviese.

A un lado del sendero, Kai les observaba trasladar pertenencias desde sus casas y organizar su nuevo territorio. Los líderes de ambos grupos, el padre de Sue y el hombre que en principio había permitido la captura de Sue, fueron designados como gobernadores temporales, al menos hasta establecer uno elegido democráticamente.

Las cosas seguirían siendo difíciles hasta que volviese a reinar el orden, pero podía notarse la felicidad en los rostros de los pueblerinos, liberados por fin de la opresión.

Por otro lado, Sue se encontraba devorando su plato ávidamente. Después de la situación que había vivido, no deseaba otra cosa que llenar su estómago y descansar. Junto a ella, se encontraba su madre, limpiando la pequeña choza en la que vivían.

Entonces, se escuchó un ruido fuera. Como si alguien estuviese llamando. Por lo que la madre fue a ver de qué se trataba, volviendo a entrar al poco tiempo.
-Sue –dijo ella.
-¿Fué? –contestó la chica, con la boca llena.
-Es ese chico, Kai. Dice que ha venido a despedirse.

Casi atragantándose, se levantó a toda prisa, arreglándose un poco la ropa y, algo sonrojada, preguntándole a su madre cómo estaba. Entre risas, ella levantó el pulgar, y, acto seguido, Sue ya se encontraba saliendo.

Una vez fuera, descubrió a Kai, con su capa de viaje cubriéndolo de pies a cabeza.
-Vaya, que rápido has salido –se sorprendió él.
-¿Ya te vas? –preguntó la chica.
-Sí. Debo continuar mi búsqueda.
-¿La persona de la foto?
En respuesta, Kai asintió.
-Pero... te necesitamos ¿Qué haremos si alguien vuelve a atacar este pueblo?
-Estoy seguro de que sabréis defenderos. Sois más valientes de lo que pensáis. Probablemente incluso más que yo.
Triste por su respuesta, Sue bajó la cabeza.
-No te preocupes –continuó Kai-, seguro que algún día volveremos a vernos. Al fin y al cabo, no hago más que viajar de aquí para allá –bromeó.
-Kai, ¿puedo hacerte una pregunta?
-Claro.
-Lo que se inyectó ese hombre... los mayores me hablaron de ello. Dicen que fue lo que empezó la guerra.
-Algo así...
-¿Qué es exactamente?
-Buena pregunta. La verdad es que no sé responderte. Lo que sí puedo asegurarte es que no es algo por lo que merezca la pena luchar. Lo que tienes aquí, en este lugar... me parece mucho más importante. Tu familia y todos los habitantes de este pueblo... eso sí es algo que debes conservar. Así que no le des más vueltas.
-Es que... parecía tan doloroso
-Lo es. Un poder puede llevarnos a la locura. Una locura con el nombre de “guerra”. Y nos ha quitado algo tan importante como la libertad... –hubo un momento de silencio- Sin embargo, personas como vosotras ya habéis dado el primer paso hacia ella. Y estoy seguro de que serás capaz de enseñársela a las nuevas generaciones.
-Gracias por todo, Kai.
-No me las des. Yo sólo estaba de paso –bromeó de nuevo-. Espero volver a verte pronto. Y que, para entonces, este sitio se haya convertido en un hogar próspero y feliz.
-Tienes mi palabra –dijo ella, asintiendo- ¡Ah! ¡Por cierto, Kai! –le llamó antes de que se marchase.
-¿Sí?
-Lo que hizo crecer tanto aquellas verduras y hortalizas fue un espíritu, ¿verdad?
El chico sonrió. Tras ello, desapareció en la lejanía.

Sue comprendió que, probablemente, el poder de Kai procedía de ese elemento.
-Libertad, ¿eh? Me pregunto si él es libre –murmuró antes de entrar de nuevo en la choza.

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