martes, 7 de noviembre de 2023

Capítulo 54: Remiel

-¿Qué significa esto, Michael? –preguntó Remiel, con el puñal de luz todavía clavado en el costado.

-Esa pregunta la debería hacer yo, Remiel. ¿Qué es lo que le has hecho a Sariel?

 

Sorprendido, el aludido observó a su alrededor, donde el pánico se había transformado en confusión y expectación, con todos los presentes devolviéndole la mirada.

-¿Qué está pasando? –dijo Thyra, su mano todavía agarrada por la de Reima.

 

-No sé de qué me estás hablando. ¡Y espero que tengas una buena base para acusarme de lo que sea por lo que lo estás haciendo! ¡De lo contrario será considerado alta traición!

-Entiendo. Así que prefieres seguir jugando a ese juego –contestó el arcángel, visiblemente decepcionado-. Si es así, entonces expondré cómo sé que mataste a Claude, que le lavaste el cerebro a Sariel y que planeabas utilizarle para matar a Thyra.

 

Aquella confesión provocó los murmullos de algunos de los Pacificadores.

-¡¿Que él mató a Claude?! –repitieron, mirándose los unos a los otros.

Reima hizo lo mismo con Thyra, ya que la notó temblar, presa del nerviosismo y la ansiedad al conocer las declaraciones del arcángel.

-Mis sospechas empezaron hace tiempo. Antes incluso de que creasen a los Pacificadores. Por entonces actuabas de forma extraña. Te marchabas poniendo excusas no todo lo razonables que deberían haber sido si planeabas engañarme. Diría que me subestimaste, viejo amigo –aquel comentario provocó una mueca de desagrado en Remiel que no pasó por alto, pero decidió ignorarla para proseguir con su discurso- Por desgracia, no tenía ninguna prueba, así que me limité observarte. Fue entonces cuando llegó el segundo hecho que hizo aumentar mis sospechas. Y es que comenzases a cuestionar las acciones de Thyra.

-¿Qué esta...? –la arcángel no pudo acabar la frase. Siempre había pensado que la acción de relevarla de sus funciones había sido idea de Michael.

-Me pareció muy extraño, pues siempre la habías apoyado frente a mí, pero, de nuevo, no tenía nada para culparte. Además, si lo hubiese hecho en ese momento, habría vuelto la situación en contra de mí. Así que tomé una difícil decisión: seguirte el juego hasta que llegase el momento en que pudiese revelar tus intenciones. Sin embargo, para que ese momento llegase tuvo que morir ese chico –continuó Michael, refiriéndose a Claude-. Fue Uriel la que lo encontró, justo antes de fallecer, pero a tiempo de que le dijese quién había sido su asesino. Exacto. Tú, Remiel.

-Eso es absurdo. Ese chico ni siquiera me conocía. Ni yo a él.

-Por supuesto que no te conocía. Pero Uriel sí. Bastó con describirte para que ella supiese de quién hablaba.

-Pudo haberme inculpado adrede.

-¿Por qué motivo? Tú lo has dicho, ¿no? No te conocía.

 

Sin duda, aquello era difícil de justificar. Decir que Claude lo había planeado carecía de sentido, teniendo en cuenta que no había habido ningún contacto entre ellos, algo que el propio arcángel acababa de confirmar.

-Je. Ya sé lo que está pasando aquí –replicó Remiel, revolviéndose de Michael para obligarle a deshacer el puñal de luz- ¡En realidad tú y Uriel habíais planeado esto desde el principio! ¡Los dos os habéis compinchado para eliminar a Thyra y echarme la culpa a mí! –exclamó ante los demás, con un tono mucho menos calmado del que le había caracterizado hasta entonces.

-Ya veo –contestó Michael, cerrando los ojos y profirió un suspiro lleno de paciencia. Era como si, pese a todo, esperase a que Remiel se disculpase o admitiese su crimen antes de llegar más lejos, pero, en ese punto de la conversación, no le quedaba más remedio que jugar su última carta-. Lo cierto es que, si lo hubiese revelado esta información antes de este día, me habría sido difícil responder. Sin embargo, gracias a la actuación de Uriel tengo las pruebas suficientes para demostrar que no soy yo.

 

Desconcertado, el otro arcángel miró a su alrededor. Quizás esperase a que alguien saliese en su defensa. En ello, sus ojos se posaron sobre los de Thyra, pero en ellos ya no divisó la confianza que otras veces le había depositado. En su lugar había tristeza y decepción.

 

-Gracias al combate de hoy he comprendido qué técnica has usado para controlar a Sariel: el Ojo del Querubín. Una técnica muy compleja que sólo podría ser realizada por un arcángel. Sin embargo requiere de tres condiciones: la primera es que quien la realice debe ser más poderoso que a quien controle, la segunda es que debe haber permanecido cerca de su víctima durante al menos doce horas previas a su uso y la tercera es que si mientras la está utilizando recibe un dolor agudo, la técnica será interrumpida. Según los escritos antiguos, esta técnica les fue prohibida a los arcángeles justo después de la guerra.

-Si esa técnica, como tú dices, sólo puede ser utilizada por un arcángel, entonces nada impide que la hayas utilizado tú –le recriminó Remiel, sonriendo levemente.

-Claro, viejo amigo –afirmó Michael-. Pero eso sería si Thyra y yo estuviésemos en plenas facultades.

 

De repente, a Thyra le dio un pequeño vuelco el corazón, pues acababa de entender a qué se refería. Ella todavía conservaba la Marca de Seraphim grabada en su pecho, desprendiéndola de toda característica que se le atribuyese a un ángel. Y la situación de Michael no era mucho mejor. Haber utilizado esa técnica contra ella le debía de haber requerido mucho Setten, dejándolo al mismo nivel que un ángel. Y dudaba que hubiese pasado el tiempo suficiente como para haberlo recuperado.

 

Así pues, eso sólo dejaba una posibilidad...

-Exacto, Remiel –continuó Michael, observando como la expresión de su compañero también cambiaba al comprender la situación-. El único arcángel con la capacidad suficiente para utilizar esa técnica actualmente eres tú.

 

Aquellas últimas palabras cayeron como un jarro de agua fría sobre Remiel, quien desvió la vista hacia un Sariel que se la devolvió llena de ira. Por desgracia para él, el resto también parecía haber entendido quién había sido el culpable de todo.

-¿Y bien, Remiel? ¿Tienes algo que decir? –preguntó Michael, con seriedad.

-Supongo que no me queda otro opción –respondió él, mirándole fijamente a los ojos.

 

Entonces, se lanzó volando hacia Thyra. Su velocidad fue tal que atravesó el campo de un extremo a otro sin que a nadie le diese tiempo a actuar. O al menos a casi nadie, pues Uriel consiguió interponerse a tiempo entre la mano de Remiel y el cuello de su amiga, impidiendo un golpe fatal, y desviando su trayectoria hacia el cielo

 

Sariel y Michael reaccionaron justo después, dirigiéndose el primero a ayudar a su Uriel mientras el segundo se desplazaba hasta llegar donde Thyra.

-¡¿Estás bien?! –le preguntó el arcángel, aunque al ver su cara no le hizo falta escuchar su respuesta- ¡Escúchame, Thyra! ¡No tenemos mucho tiempo! ¡Uriel y Sariel no aguantarán mucho contra él y menos después de su combate! ¡Necesitamos devolverte tu poder para que puedas derrotarle!

-¡Pero, ¿cómo...?! –logró articular ella, todavía en shock- ¡¿T-tienes el poder para hacerlo?!

-Me temo que todavía no.

-¡¿Entonces cómo pretendes que...?!

 

A mitad de pregunta, se dio cuenta de lo que pretendía. Sólo había dos formas de deshacer la Marca de Seraphim. La primera era que quien la hubiese puesto la deshiciese. La segunda, que éste muriese.

-¡No! ¡No puedes estar hablando en serio! –declaró la joven, negando con la cabeza.

-¡No hay otra opción, Thyra!

-¡No pienso dejarte morir!

-¡No tenemos tiempo!

-¡No! ¡No! ¡No!

-¡Escúchame! –la detuvo Michael, cogiéndola de los hombros y zarandeándola-. ¡Remiel es un arcángel! ¡Uno de los seres más poderosos que existen actualmente en este mundo! ¡Y los únicos que podrían detenerle somos tú y yo! ¡Pero ahora mismo nos tiene donde él quiere, y si nos mata a ambos, dispondrá de total libertad para cumplir sus ambiciones! ¡Fui yo quien decidió seguirle el juego para que al menos uno de los dos sobreviviese, y debo cargar con las consecuencias! ¡¿Lo entiendes?!

-Yo...

-¡Es lo único que podemos hacer, Thyra! ¡Si tengo que morir para que uno de los dos viva, entonces que así sea! –sentenció él, separándose y mirándola con firmeza mientras generaba un puñal de luz y se apuntaba al cuello- Prométeme que le vencerás.

 

El arcángel femenino asintió, impotente, y apretó con fuerza la mano de Reima, que había estado agarrando durante todo ese tiempo. Lágrimas caían sobre sus mejillas.

-Bien –fue lo único que dijo Michael antes de proceder a cortarse la aorta.

 

Sin embargo, una mano detuvo al arcángel.

-¡¿De verdad creías que te iba a dejar?! –gritó Remiel, empujando a su excompañero e inmovilizándolo contra la pared con una especie de grilletes de luz- ¡Mejor estate quieto hasta que llegue tu turno! –continuó, dirigiéndose posteriormente a Thyra.

 

Al momento, Reima y Alex se pusieron delante de ella, enarbolando sus armas y atacándole de frente. No obstante, sus esfuerzos fueron en vano, pues el arcángel les detuvo sin apenas esfuerzo golpeándoles en el estómago, casi dejándoles sin aire, y lanzándoles hacia atrás para quitárselos de encima.

 

Segundos después, agarró a Thyra del cuello y la elevó en el aire.

-Fíjate. La niña prodigio aquí presente, a mi merced.

-¡¿Qué has hecho con Uriel y Sariel?! –preguntó ella, incapaz de soltarse de su agarre por mucho que lo intentase.

-Tranquila. Por ahora sólo están “durmiendo”. Me encargaré de ellos una vez haya acabado contigo.

- ¡¿Por qué...?! –logró decir pese a que empezaba a notar la falta de aire.

-¿De qué serviría decírtelo si vas a morir igualmente? –contestó Remiel.

 

Al mismo tiempo, Reima hacía un esfuerzo sobrehumano para ponerse en pie e intentar no vomitar por el impacto que había recibido. Agarrando a duras penas su espada, la utilizó como apoyo para lograr su objetivo.

 

Durante un instante, su mirada y la de Michael se cruzaron. Fueron unos segundos, pero el joven comprendió lo que le pedía. Entonces, alzó su arma y se preparó para asestarle un golpe mortal, no sin antes mirar de reojo a Thyra.

-Lo siento... –murmuró, dibujando una estela horizontal que sesgó la cabeza del arcángel.

 

Como si de alguna forma lo hubiese intuido, Remiel se dio la vuelta justo cuando la cabeza del arcángel tocaba el suelo.

-¡No! –exclamó, lanzando a Thyra contra tierra y formando una lanza de luz en su mano con la que atravesó el pecho de Reima.

-¡Reima! –gritaron tanto la arcángel como Hana, quien acababa de llegar allí acompañada del resto de Pacificadores.

-¡Malditas moscas! ¡Apartaos de mi camino! –continuó Remiel, arrojando más de esas lanzas contra ellos, lo que provocó que tuviesen que agacharse para esquivarlas.

 

Entre aquel caos, Thyra notó cómo su pecho ardía y, al mirar hacia abajo, descubrió que la marca había desaparecido. Sin pensárselo dos veces, desplegó sus recién recuperadas alas y acometió contra Remiel, llevándoselo lejos del campo de entrenamiento, hacia una llanura a las afueras de la ciudad, contra la que chocaron los dos.

 

Mientras tanto, Hana se acercó al cuerpo inerte de Reima. Tenía una herida mortal en el pecho y no respiraba.

-¡No! ¡Por favor, no! –exclamó.

-No puede ser... –dijo Julius a su lado.

 

Alex, que también acababa incorporarse, se encontró con aquella escena, lo que le hizo golpear el suelo con el puño, maldiciéndose por no haber podido hacer nada por él.

-¡Joder! –gritó, quedándose sentado con las piernas cruzadas mientras se agarraba el pelo, visiblemente enfadado.

 

La demonio no se lo podía creer. Desesperada, intentó en vano reanimarlo, pero si quedaba algo de vida en el cuerpo del espadachín, ésta no tardaría en esfumarse. Así pues, sin saber qué más hacer, dejó caer su frente sobre el pecho del joven, sollozando desconsolada a la vez que recordaba el tiempo que habían pasado juntos y, en concreto, la vez en que trató de animarla tras lo ocurrido en Nápoles.

 

“No es algo que tengas que cargar tú sola... confía más en mí...”. Aquella frase, pese a su simpleza, había logrado, en parte, liberar la maraña de sentimientos que la consumían por entonces.

 

“Quiero que me des ese tiempo para confiar en ti. Quiero estar contigo”, fue lo que pensó al ver su rostro. Y pese a sorprenderse a sí misma al hacerlo, sabía que desde ese momento, o quizás incluso antes, una sensación nunca antes experimentada había estado creciendo dentro de ella. Y creía entender adonde se dirigía.

 

Fue ahí cuando entendió lo que debía hacer.

 

Era la primera vez en su vida que intentaba algo así, por lo que no sabía cuál sería el resultado. De hecho, la metodología utilizada para ello sólo la conocía porque había sido traspasada durante generaciones entre familias de ángeles y demonios, incluido el hecho de que sólo podía realizarse una vez en la vida.

 

Así pues, se acercó a Reima y puso sus manos sobre la frente del joven. Entonces, empezó a canalizar su Setten hacia él, sintiendo como su mente se sumergía dentro de la suya.

 

Al abrir los ojos, descubrió un campo lleno de arroz ante un atardecer. Un paisaje rural bello que la dejó sin habla. Sin embargo, también la inundó una sensación de soledad.

 

Al caminar por uno de los senderos que rodeaban los cultivos, descubrió una gran casa de madera al final de éste, y allí, junto a la puerta, un niño frente a un hombre adulto, el cual acariciaba la mejilla del pequeño mientras éste le sonreía, feliz. Sin embargo, segundos más tarde, ambos se desvanecieron en el aire.

-¿Qué haces aquí? –preguntó una voz distorsionada justo detrás de ella, haciendo que se girase para descubrir de nuevo al niño, pero esta vez con una katana en su mano y bañado en sangre.

-¿Eres Reima?

-¿A qué has venido? –volvió a preguntar.

-A sacarte de aquí.

-Será mejor que no lo hagas.

-¿Por qué?

-Porque este es mi lugar. Un lugar donde no volveré a fracasar.

-¿Crees que has fracasado?

-No pude protegerle. No pude salvarle. Alguien como yo no sirve para manejar una espada por el bien de los demás.

-¡Te equivocas! ¡¿Sabes a cuantas personas has salvado hasta ahora?! ¡Yo he sido una de ellas!

-¿Entonces por qué no consigo llenar este vacío? ¿Por qué siento que todo se derrumbará a mi alrededor sin que pueda hacer nada por evitarlo?

-Eso es porque no eres capaz de aceptarte a ti mismo. Y hasta que no lo hagas, seguirás sintiéndote vacío.

-¿Y qué puedo hacer?

-No lo sé. Esa respuesta la tendrás que encontrar tú mismo, como todos nosotros. Pero hay algo que sí sé, y es que para mí no eres un inútil ni un fracasado. Eres alguien increíble. Eres amable, capaz de ayudar a quien sea y luchar por aquello que crees correcto ¡Eres un héroe, Reima! –exclamó Hana mientras se acercaba a él, quien durante la conversación había crecido hasta adoptar su estatura actual- Y si tú no lo crees, entonces yo estaré ahí para recordártelo.

-Al final, tú también te marcharás.

-Nunca. Siempre estaré a tu lado. Sea de la manera que sea. Siempre estaré contigo.

-¿Lo prometes?

-Lo prometo –contestó mientras alcanzaba a tocar el cuerpo del joven.

 

En ese instante, sintió que volvía a la realidad. De nuevo, ante el cuerpo inerte de Reima, mientras todos la miraban si entender lo que estaba haciendo.

 

Así pues, se acercó al rostro del chico. Sabía cuál era el siguiente paso y, precisamente por eso, no pudo evitar sentirse algo avergonzada. Más teniendo en cuenta el público que la rodeaba. No obstante, aquello era un pequeño precio a pagar por devolverle la vida.

 

De esa manera, y finalmente, lo besó. Un beso que la hizo sentirse extrañamente cálida, notando como una pequeña corriente le recorría el cuerpo y de alguna forma la confortaba. Era una sensación algo extraña, pero le resultó agradable.

 

Al separarse de él, y ante la atónita mirada de los demás, observó cómo la herida del espadachín se regeneraba como por arte de magia, volviendo a respirar casi al instante. Por desgracia, también pudieron ver cómo aparecía una quemadura recorriendo su mejilla izquierda. Un efecto secundario producido por la maldición que la demonio acababa de aplicar sobre él.

 

Mientras tanto, en la llanura sobre la que habían aterrizado Thyra y Remiel, ambos se levantaron y se miraron fijamente, como dos guerreros que están a punto de batirse en duelo.

-¡Se acabó, Remiel! ¡Ríndete!

-¡Esto no se acabará hasta que uno de los dos haya muerto!

-¡No puedes ganarme!

-¡Porque tú lo digas! –respondió él, arrojándole varias lanzas de luz que fueron esquivadas por la arcángel, quien, a su vez, concentró varios puntos de Setten detrás de ella, desde los cuales surgieron rayos blancos que se dirigieron hacia Remiel como láseres.

 

Alzando el vuelo, éste los esquivó casi todos, no sin esfuerzo, desviando los que sí le alcanzaron mediante un movimiento de su mano, rodeada de un aura etérea. Por desgracia para él, no pudo evitar que esto le causara algunas quemaduras.

 

Profiriendo un chasquido de lengua con el que mostró su desagrado, juntó ambas palmas en posición de rezo, haciendo aparecer cuatro brazos gigantes y translúcidos desde su espalda, a partir de cuyos dedos se concentró una gran cantidad de Setten que salió disparado en forma de rayos de energía lumínica.

 

El poder de aquellos fue tal, que al esquivar uno, Thyra vio cómo se producía un gran cráter en la hierba que cubría la llanura, obligándola a seguir moviéndose entre las trayectorias de sus siguientes ataques y que continuaron impactando sobre tierra con la consecuente modificación del terreno.

-¡¿Por qué haces esto?! ¡¿Acaso no ves que estás atacando a los de tu propia especie?!

-¡No lo estaría haciendo si Michael y tú no fueseis tan necios!

 

Aquella respuesta la descolocó, contraatacando pese a ello, esta vez cuerpo a cuerpo.

-¡Esa escoria a la que defendéis, también mató a los nuestros! ¡¿Y ahora pretendéis que todo el daño que hicieron quede en el olvido?!

-¡No podemos dejar que lo que sucedió hace tantos años persista a día de hoy, Remiel! ¡De lo contrario, nunca seremos capaces de avanzar!

-¡Aceptando a los demonios entre nosotros será cuando dejemos de avanzar, ¿es que no lo ves?! ¡La gente no cambia, Thyra, y una vez recuperen su poder, volverán a buscar la supremacía como especie! ¡Por eso me uní a ellos!

-¡¿Ellos?!

-¡Ellos sí tienen las ideas claras! ¡Extinguir a los demonios de la faz del planeta y crear un dominio únicamente de ángeles y humanos! ¡Sólo entonces nuestra especie tendrá futuro!

-¡¿Estás loco?! ¡No sé cómo te has podido dejar manipular de esa forma!

-¡¿Y tú qué sabrás, nadie de tu familia murió por culpa de esos demonios?!

-¡¿Qué?!

-¡Mi abuelo murió a manos de uno durante la guerra! ¡Desde ese momento el rencor de mi familia hacia ellos no ha hecho más que crecer! ¡Y ese odio ha sido relegado en mí para destruirlos de una vez por todas!

 

Tras un rápido intercambio de golpes, volvieron a separarse, quedándose como al principio del combate.

-Ya veo. Supongo que entonces no hay salvación para ti –declaró Thyra, apenada.

-¡Je! ¡Así que te has decidido a matarme! ¡Adelante! ¡Inténtalo si te atreves!

 

Fue en ese instante cuando la arcángel hizo aparecer su vara delante de ella, transformándola en una lanza luminiscente con la que apuntó a Remiel.

-¡Eso es...! –se sorprendió el arcángel.

-Deberías haberlo supuesto, Remiel. La lanza de Kodesh sólo puede ser utilizada por un arcángel que considere su causa justa. Un arma capaz de exterminar todo aquello que toca –explicó-. Me preguntaba por qué, tras dejarnos a Michael y a mí tan debilitados, decidiste usar a Sariel en lugar de acabar tú mismo con nosotros. Era por miedo. Tenías miedo de que algún día nuestras muertes se volviesen en tu contra.

-Cállate

-Por eso no podías utilizar la lanza. Por eso tampoco puedes ahora. Y también por eso, morirás.

-¡Cállate! –gritó Remiel, lanzándose de frente e impulsivamente hacia ella.

-Adiós, Remiel –dijo, arrojándole el arma, que por mucho que su adversario intentó evadir, impactó sobre su objetivo.

-¡Aaaaagh! –chilló mientras ésta lo desintegraba, no dejando ni una célula de él una vez hubo terminado.

 

Solitaria en el campo de batalla, la joven aterrizó sobre uno de los cráteres que había dejado aquel combate. Tuvo que sujetarse una de sus manos debido a los temblores que la sacudían.

 

Estaba nerviosa, ansiosa, confusa, dolorida, triste... una amalgama de sentimientos sin vía de escape por la que salir. Tuvo que respirar hondo para controlarse. Sin embargo, hubo una palabra que se le quedó grabada a fuego en la mente: Ellos.

sábado, 22 de julio de 2023

Capítulo 53: Uriel vs Sariel

Al día siguiente, empezaron a correr rumores, entre los Pacificadores, sobre la desaparición de Claude. Principalmente entre los miembros de su equipo, quienes iniciaron una búsqueda por los sitios donde se le había visto por última vez.

 

Por desgracia, aun recibiendo ayuda de los demás grupos, sus investigaciones no les llevaron a nada.

 

El suceso también llegó a oídos de Hana y Thyra, quienes pidieron a Michael aplazar el combate entre Uriel y Sariel, hasta que se esclareciese lo ocurrido.

-Lo siento, pero no puedo hacerlo –respondió el arcángel.

-¡¿Qué?! –se sorprendió Thyra- ¡Michael, ha desaparecido un miembro de nuestra guardia! ¡Claramente, está pasando algo raro y puede que nos concierna a todos!

-Eso lo dirás tú. ¿Quién nos asegura que no ha decidido marcharse y dejaros tirados? Según tengo entendido, muchos de los miembros de esa guardia son mercenarios. Es posible que haya recibido una oferta mejor, o no le haya gustado el trabajo y haya optado por desertar.

-¡Ellos no son así! –intervino Hana.

-¿Acaso los conocéis? ¿Sabéis por todo lo que han pasado o lo que han tenido que hacer para sobrevivir?

 

Aquella pregunta las dejó en silencio, dándole el argumento definitivo a Michael para terminar la conversación.

-Ahí lo tenéis.

 

Furiosa, la arcángel desplazó la mirada hacia Remiel, quien, cabizbajo, negó con la cabeza, tratando de decirle que no podía intervenir en esa decisión.

 

Finalmente, ambas abandonaron la sala.

 

-¡Ese tío cada vez me cae peor! –exclamó Hana.

-¡Bienvenida a mi mundo! –respondió su amiga- ¿Se sabe algo más de su paradero? –continuó, refiriéndose a Claude.

-Nada. La última vez que se supo de él, se dirigía a un barrio residencial. Cerca de las afueras de la ciudad. Se ha interrogado a los ciudadanos de allí, pero ninguno recordaba siquiera haberle visto.

-¿Crees que le ocurrió algo antes de llegar?

-No lo sé, pero si de algo estoy segura es que no desapareció por voluntad propia.

 

-¡Maldita sea! –gritó Einar, golpeando la pared de una casa cercana.

-¡Einar, contrólate! –le reprochó Bera.

-¡Cómo quieres que lo haga cuando seguimos sin saber nada de Claude!

-¡Sé cómo te sientes! ¡Y no eres el único! ¡Pero que nos cabreemos no cambiará nada!

-Es muy extraño –interrumpió Reima, quien también estaba con ellos y otros miembros de los Pacificadores, reunidos todos en una pequeña placeta donde no solía haber mucha gente, para así hablar más tranquilamente- Después de dirigirse a ese barrio, es como si se le hubiese perdido la pista por completo.

-Reima tiene razón –añadió Alex-. Dudo mucho que nadie lo viese, y más teniendo en cuenta que él mismo estaba interrogando a los ciudadanos.

-Eso tampoco lo entiendo. ¿Por qué les estaba preguntando por un ángel? –preguntó Cain.

-Al parecer, hay un rumor de que fue un ángel quien filtró información sobre lo ocurrido en Nápoles –explicó Sarhin.

-¿Un ángel?

-Sí. Que sea verdad o no, es otra cosa.

-Pero, ¿y si el motivo de su desaparición fue porque se enteró de algo que no debía? ¿Y si algunos de los ciudadanos a los que hemos interrogado mienten? –propuso Julius.

-No podemos descartarlo, pero, en ese caso, debemos mantenernos alerta, ya que eso significaría que el enemigo se ha infiltrado en Roma –declaró Reima.

 

Los días se sucedieron sin que las investigaciones avanzasen. Si bien gracias al propio Claude, tenían una pista sobre la que guiarse, no encontraron ni rastro del supuesto ángel.

 

Thyra fue la encargada de preguntarle a sus compañeros, pero ninguno de ellos supo nada al respecto. Y aunque notó a Uriel un poco más callada de lo normal, ella le respondió que era por los nervios del combate.

 

Por otro lado, Remiel le dijo que no había conseguido convencer a Michael. Además, según le había explicado, veía con muy malos ojos que hubiese recurrido a él para hacerlo, comentario que no hizo sino irritar más a la arcángel, a cuyo estrés se sumaba la mala evolución que habían tenidos los disturbios debido a las filtraciones.

 

Y es que, la situación había seguido empeorando con el tiempo, llegando a producirse una pelea que dejó a una pareja de humanos en estado grave y más demonios detenidos. Por si fuera poco, otro grupo decidió organizar una manifestación frente al castillo del emperador. Y si no llega a ser por Hana y algunos miembros de los Pacificadores, todo hubiese acabado con los soldados cargando contra los manifestantes.

 

-¡Como vuelva a ocurrir algo así, volveré a imponer la esclavitud en Roma! ¡Esas malditas cosas! –gritó el emperador Berengar golpeando la mesa de la sala en la que estaban reunidos él, Hana, Thyra y John.

 

Nunca había sido partidario de los demonios, y sólo accedió a la abolición de la esclavitud por John, y los buenos resultados que se fueron dando con el tiempo. Sin embargo, se hacía obvio cuál era su posicionamiento con problemas de este tipo.

-Majestad, creo que debería ser más respetuoso delante de Hana –dijo el papa.

-Tranquilo, John, no es la primera vez que recibo odio de los humanos, ni tampoco del propio emperador. Pero, si me permite, esto es un asunto que compete a ambas partes, por lo que sin ayuda de los humanos no habrá manera de arreglar la situación –declaró ella, mirando fijamente a Berengar, quien, tras recibir su crítica, se calló a regañadientes- En cualquier caso, está claro que se nos está yendo de las manos. La relación entre humanos y demonios se está debilitando, y temo que llegue a un punto en que ni siquiera yo pueda intervenir. Doy gracias a que siguen habiendo ciudadanos capaces de entrar en razón.

-¿Y qué podemos hacer? –preguntó John.

-No lo sé, y no creo que aumentar la vigilancia sobre los demonios nos ayude mucho. Quizás lo mejor sea centrarse en buscar al responsable de filtrarlo todo y revelar sus intenciones.

-Si tuviese mis poderes podría hacer algo más, pero ahora mismo me encuentro muy limitada. Y tampoco puedo recurrir a Uriel, ya que ella también ha perdido sus privilegios al ayudarme a escapar –dijo Thyra.

-En ese caso, todo se reduce al combate entre ella y Sariel. Si le derrota, puede que consigamos resolver todo esto de una vez.

-Genial. Más presión para ella... –se quejó la arcángel.

 

De esa forma, llegó por fin el día de la pelea. Está se desarrollaría en un campo de entrenamiento utilizado de vez en cuando para espectáculos en honor al emperador, y que había sido facilitado por éste con la condición de que se mantuviese en buen estado. Algo que, dadas las circunstancias del encuentro, costaba de imaginar.

 

Era considerablemente amplio, y consistía en una extensión elíptica de arena poco profunda, rodeada por un gran número de asientos de piedra para miembros de la nobleza y sus familiares, y otro con las mejores vistas para el emperador. Pese a ello, ese día, se mantendría el acto como privado, con la asistencia de los implicados así como de algunos de los Pacificadores.

 

-¿Cómo estás? –le preguntó Thyra a Uriel.

-Ugh... me duele la barriga – declaró ella mientras se sujetaba el vientre con la mano.

-Todo saldrá bien. Ya lo verás. Tan sólo tienes que seguir mis indicaciones.

-Ya... –respondió, desviando ligeramente la mirada.

-Oye, Uriel. ¿Hay algo más que quieras decirme? Llevas un tiempo rara y empiezo a dudar que sea sólo por el combate.

 

El ángel se mostró dubitativo, levantando la cabeza para mirarla a los ojos. Entonces, se percató de la presencia de Michael justo detrás, quien negó con la cabeza, como si le hubiese leído el pensamiento.

-¡No te preocupes! ¡Yo me encargaré de todo! –le respondió a Thyra, dejándola extrañada.

-Claro...

 

Mientras tanto, Reima, sentado en uno de los asientos de piedra junto con Hana y el resto de Pacificadores que habían asistido, estaba pensativo a la vez que observaba los movimientos de Michael y Remiel, quienes acababan de situarse en el extremo del campo de entrenamiento desde donde Sariel comenzaría el combate.

 

El resto de miembros de los Pacificadores consistía en los líderes de cada uno de los grupos y uno de los compañeros de dicho grupo, salvo el de Claude, ya que seguían investigando su desaparición. A parte de ellos, el resto se estaba encargando de vigilar que no se produjesen más disturbios.

 

Así pues, los presentes eran: Alex y Reima; Tathya y Julius; y Enam y Diara.

-¿Pasa algo? –preguntó Hana.

-Puede que me esté volviendo paranoico, pero ¿y si Remiel, Michael o Sariel fuesen los causantes de todo esto?

-¡¿Te refieres a los rumores y la desaparición de Claude?! –preguntó, sorprendida.

-Sí.

-¡Imposible! ¡Los arcángeles siempre han estado de nuestro lado! ¡Y puesto que Sariel lo han elegido ellos seguro que es de fiar! Además, los rumores comenzaron antes de que llegasen, ¿recuerdas?

-Ya, pero es todo tan extraño. Que Thyra pierda sus poderes, este combate, y que Claude desaparezca justo tras oír el rumor de un ángel. No sé, me da la sensación de que todo lo que ha pasado tiene relación con ellos. Como si fuese parte de un plan. –contestó el chico. De repente, una bombilla se le iluminó- ¡Me voy con Thyra!

-¡¿Qué?!

-¡Tengo un mal presentimiento! –apresuró Reima, disponiéndose a marcharse.

-¡¿Adónde vas?! –preguntó Alex.

-¡Tengo que decirle algo a Thyra! ¡Vosotros quedaos aquí con Hana!

-¡Espera! ¡Voy contigo! –dijo el líder del segundo grupo mientras hacía un gesto a los demás para que permaneciesen en sus puestos.

 

Al mismo tiempo, los contendientes del enfrentamiento bajaron a la arena, situándose el uno frente del otro, a una distancia prudencial.

 

El rostro de Sariel era imperturbable, todo lo contrario que el de Uriel, cuya concentración y preocupación la hicieron poner una expresión casi imposible de describir. Tuvo que respirar hondo para relajarse, tras lo que se giró hacia Thyra, quien la animó con una sonrisa.

 

En ese momento, Reima llegó hasta la arcángel.

-¡Thyra!

-¡¿Qué haces aquí?! ¡¿No deberías estar con Hana?!

-¡Ahora mismo eres casi como una humana! ¡Tú también deberías tener protección!

-No te preocupes me las apañaré.

-¡Escucha! ¡Esto es serio! ¡Creo que deberías irte de aquí!

-¡¿Qué?! –gritó ella, mirándolo como si hubiese perdido el juicio- ¡El combate está a punto de empezar! ¡¿Se puede saber qué bicho te ha picado?!

-¡Creo que alguien está planeando haceros daño! ¡Alguien de los que estamos aquí!

-¡¿Alguien?! ¡¿Quién?!

-¡No lo sé! ¡Pero piénsalo bien! ¡Te quitan tus habilidades y privilegios como arcángel, se extienden rumores a partir de un ángel, y pese a la desaparición de Claude por algo que precisamente puede estar relacionado con esos rumores, deciden mantener el día del combate!

-¡¿Insinúas que uno de los arcángeles puede estar detrás de esto?!

-¡No! ¡Bueno, no lo sé! ¡Por eso es mejor prevenir que...!

-¡Eso es una acusación muy grave, Reima! ¡Y no puedo basarme en supuestos y en “no lo sé” para irme en mitad de un evento tan importante! ¡Lo siento, pero me quedaré aquí! ¡No puedo dejar sola a Uriel!

-Thyra...

-Discúlpelo, señorita. Está un poco afectado por la desaparición de Claude y no sabe bien lo que dice –intervino Alex, agarrando a Reima del brazo-. Aun así, estoy de acuerdo con Reima en lo de que necesita protección. Si se produjesen más disturbios en Roma, nos tranquilizaría estar cerca por si pasase cualquier cosa –sentenció, a lo que la arcángel respondió mirándolo con seriedad, para luego enfocarse en la arena.

-¡Haced lo que queráis, pero no pienso irme de aquí!

-Como usted mande –dijo el líder del grupo dos, llevándose al espadachín japonés de allí.

-¡¿Qué haces?! –le preguntó Reima, una vez alejados- ¡Puede estar en peligro!

-Lo sé, te he oído. Y cálmate, alterarte no te ayudará en nada. Si tienes dudas, lo mejor será que observemos por el momento. Permaneceremos cerca de ella y si vemos algo raro, actuaremos. Los demás también están preparados para hacer los mismo con Hana –dijo refiriéndose a sus compañeros- ¿Lo has entendido?

-Sí... –se convenció Reima, aun todavía con dudas.

 

Una vez hechas las preparaciones para el combate, Michael se encargó de explicar cómo se llevaría a cabo.

-Las reglas son las siguientes: ambos contrincantes pelearán hasta que uno de los dos se rinda o se juzgue incapaz de seguir luchando. Estará prohibido utilizar estrategias que pongan en peligro la vida del rival o de cualquier otro de los presentes, así como de la estructura. Y se permitirá volar siempre que sea dentro del rango que ocupe el campo de entrenamiento. ¿Alguna objeción?

 

Nadie se mostró en desacuerdo, asintiendo tanto Uriel como Sariel, a lo que el propio arcángel contestó de la misma forma.

-Así pues, ¡que dé comienzo el combate! –exclamó.

 

En ese momento, Sariel se lanzó de frente contra su adversaria. Blandía una especie de sable de luz con el que pretendía apuñalarla, sin embargo, ella desapareció ante sus ojos, cogiéndolo desprevenido.

 

Durante unos instantes todos los espectadores desplazaron la mirada, buscándola por todas partes. Entonces, un rayo de luz se precipitó sobre el ángel, quien tuvo que volar hacia atrás para esquivarlo. Al mirar hacia arriba, allí encontró a Uriel, cuya personalidad parecía haber cambiado para adaptarse a la situación.

-¡¿Cuando ha volado hasta allí?! –preguntó Reima.

 

Lejos de desanimarse, Sariel contraatacó con la misma moneda y lanzó también un rayo de luz que el ángel femenino detuvo con el suyo propio. A esto le siguió una ráfaga por parte del primero, quien los utilizó como distracción para atacar de nuevo con su sable, dándose de frente contra la nada.

 

Y así, se hizo el silencio.

-Creo que ya lo entiendo. Se está haciendo invisible –indicó Alex.

-¡¿Invisible?! ¡¿Cómo?! –preguntó Reima.

-El Setten de Uriel es débil en el ataque –describió Thyra, quien les había estado escuchando-, pero es la que mejor sabe moldearlo. De ahí que pueda hacer que la luz pase a través de ella para volverse invisible o... –mientras hablaba Uriel volvió a aparecer para lanzar varios rayos dirigidos hacia su contrincante, preparado para cubrirse de ellos. No obstante, en mitad de su recorrido, estos cambiaron de trayectoria, dibujando líneas irregulares que acabaron por confundir al ángel e impactar en su estómago, lanzándolo contra el suelo- ...cambiar la dirección de sus ataques.

 

Todos los espectadores, salvo los arcángeles, quedaron impresionados ante su despliegue de habilidad, pero aquello no pareció importar mucho a su rival, quien, tras levantarse, respiró hondo y cerró los ojos, poniéndola sobre aviso.

 

Así pues, decidió ser previsora y continuar atacando desde lejos, esperando la respuesta del adversario, que no sólo no se movió de su sitio sino que no tenía intención de esquivar sus ataques.

-¡¿Qué pretende?! –preguntó Diara.

 

La respuesta llegó cuando éstos fueron absorbidos por el cuerpo del ángel masculino, el cual se vio rodeado por un aura de oscuridad.

-¡¿Qué?! ¡No sabía que Sariel hubiese aprendido una técnica así! –comentó Thyra.

 

Protegido por aquella barrera, volvió a abalanzarse sobre Uriel, enarbolando su sable. Ella intentó hacerse invisible, pero la habilidad de su rival formó rápidamente una esfera a su alrededor, absorbiendo la luz y revelando así su posición. Posteriormente, le asestó un tajo con su arma de la que no pudo defenderse, consiguiendo empujarla contra la arena y cambiando las tornas del combate.

-Nunca había visto a un ángel utilizar algo así. Es como si lo hubiese aprendido para usarlo contra los suyos –dijo Thyra.

-¿Podría ser él? –se preguntó Reima.

 

Durante unos minutos, la pelea se convirtió en una persecución, con Sariel llevando la ventaja y Uriel, desconcertada, tratando de buscar una manera de contrarrestar aquella oscuridad que le impedía atacar con cualquier técnica de luz.

 

Aquello la llevó a fijarse en un pequeño detalle del ángel masculino. Y es que debía deshacer momentáneamente su aura de oscuridad para poder utilizar el sable, debido a las propiedades del mismo. El tiempo que había entre una situación y otra era muy corto como para contraatacar, pero si conseguía idear una estrategia para alargarlo lo suficiente, podría hacerlo.

 

Mientras volaba, miró a Thyra, quien le devolvió el gesto y asintió. Durante su entrenamiento habían desarrollado una técnica de defensa no letal que también podía ser utilizada como ataque y distracción. Una suerte de as en la manga en caso de que las cosas se pusiesen feas.

 

El único problema era que requería un despliegue de Setten más grande de lo normal y un control del mismo que evitase dañar al resto de los presentes. Algo sólo al alcance de alguien como Uriel, y quizás de los arcángeles.

 

Con ello en mente, decidió alejarse lo máximo que pudo para encararse a Sariel y volverse otra vez invisible de forma que él utilizase su aura para contrarrestarla.

 

Justo cuando su rival deshacía su técnica y desplegaba su arma para realizar un corte sobre ella, concentró rápidamente su Setten en la parte frontal de su cuerpo y produjo una explosión lumínica a partir de éste que lo cegó completamente, e incluso llegó a quemarle ligeramente las manos, haciendo desaparecer su sable. Entonces, generó en su mano una lanza de luz con la que atravesó el vientre del ángel masculino y se lanzó con él contra tierra.

-Increíble. Ha conseguido centrar el origen del destello únicamente en la parte frontal para evitar dañar al resto de espectadores, reduciendo al mismo tiempo su potencia para no quemar por completo a Sariel –explicó Hana.

-¡Esa es mi Uriel! –se alegró Thyra.

 

Habiendo conseguido inmovilizar al ángel masculino contra la arena del campo de entrenamiento. La ventaja parecía haber vuelto a las manos de Uriel.

 

En ese instante, ocurrió algo que sorprendió incluso a Michael y Remiel.

 

El aura de oscuridad de Sariel comenzó a intensificarse hasta el punto, ya no sólo de rodear al ángel femenino, sino de extenderse hacia el resto de espectadores.

-¡¿Qué está pasando?! –se alteró Hana, levantándose de su sitio.

-¡Aaaaaagh! –gritó Sariel, cuya expresión, normalmente inalterable, se llenó de ira, dirigiéndola descontroladamente hacia Uriel, quien tuvo que retirarse a toda velocidad para evitar ser engullida por aquella ola sombría.

 

Para su desgracia, su adversario no tenía intención de dejarla escapar, transformando su sable de luz en uno del mismo color negro que rodeaba su cuerpo, y cuyo filo se alargó varios metros hasta ocupar la mitad del campo de entrenamiento.

-¡Sariel! ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Si sigues así lo destruirá todo! –exclamó Uriel.

-¡Aggggh! –fue su contestación.

-¡Ha perdido el juicio! –exclamó Thyra.

-¡Rápido! ¡Tenemos que sacarlas de aquí! –intervino Alex, haciendo señales a los demás Pacificadores para que actuasen, a lo que Reima respondió agarrando de la mano a Thyra y tirando de ella para escapar.

-¡No! ¡Espera! ¡¿Qué pasa con Uriel?! –replicó la arcángel, viendo como el ángel femenino no se movía de su sitio- ¡¿Por qué no reacciona?! -entonces se dio cuenta que el ataque no iba dirigido hacia su amiga, sino que se estaba abalanzando de manera lenta pero segura hacia ella misma- ¡¿Qué... significa esto?!

-¡Thyra! –gritó Reima, forzándola a seguir.

-¡¿Era esta la prueba que necesitabas?! –exclamó, de repente, Uriel- ¡Pues aquí la tienes!

 

En ese momento, y ante la presencia de todos, el gigantesco sable desapareció, dejando en su lugar a un Sariel, aparentemente confuso, que miraba sus manos como si no fuesen suyas.

 

Unos metros detrás de él, en el extremo donde se situaban Michael y Remiel, el segundo de ellos se quejaba de dolor tras haber sido atravesado por un puñal de luz generado por el primero.

-Sí, Uriel. Esta era la prueba que necesitaba.

jueves, 2 de marzo de 2023

shh

Cuando abrí los ojos, la vi. Una chica joven, de cabello pelirrojo, corto y desordenado. Con pequeñas pecas cubriendo parte de sus mejillas y el centro de su nariz. Y una mirada de iris azules como el cielo, tristes y amoratados, a los que acompañaba, irónicamente, una sonrisa radiante y llena de ilusión.

 

De repente, todo se volvió oscuro, pues acababa de abrazarme con fuerza contra su pecho. Un abrazo largo y entre sollozos, tras el que me colocó encima de un sillón desde donde se observaba un viejo salón pobremente iluminado por una lámpara, situada en una de las esquinas de la habitación. Al lado, había un sofá tapizado de un gris oscuro que lo hacía siniestro, justo donde ella acababa de sentarse, y adyacente a mí.

 

Frente a dicho sofá, a metro y medio de distancia, se hallaba un armario de madera desgastada sobre el que descansaba un televisor, tan antiguo como el propio salón, y actualmente apagado de forma que, sobre su pantalla, tan sólo podía verse a ella reflejada.

 

Pese a no poder girarme, supe que me miraba. El cariño en sus ojos, hizo crecer en mí una sensación de ternura y, al mismo tiempo, el deseo de consolarla.

 

Por desgracia, nuestro pequeño rato a solas se vio interrumpido por el ruido de la puerta de entrada al cerrarse. Un fuerte golpe que hizo retumbar las paredes, asustándola.

 

Nerviosa, se llevó un dedo a los labios, mandándome callar. Entonces irguió su espalda, situando las manos sobre sus rodillas. Sentada. Obediente. Como un perro esperando a su amo, o un soldado a su general. No supe por qué lo hacía, pero un mal presentimiento se apoderó de mi pequeño cuerpo de tela.

 

Lo que entró después, no era de este mundo. Una figura humana de cuyas sienes nacían sendos cuernos en espiral, de cuya boca emanaba un líquido amarillento y de olor pútrido, con ojos inyectados en sangre y cuyo cuerpo, desgastado y mugriento, estaba cubierto de múltiples heridas infectadas y llenas de gusanos.

 

Aquella presencia me aterrorizó hasta el punto de querer llorar, pero mi cuerpo no reaccionó. Únicamente mantuve mis manos al frente. Manos que podían sentir, pero no moverse.

 

Noté cómo se giró hacia ella, deteniéndose unos instantes, como un cazador a punto de saltar sobre su presa. Entonces, recorrió los  centímetros que les separaban y le propinó un puñetazo en la mejilla, siguiéndole un segundo y un tercero, así como una sucesiva de golpes y más golpes que me hicieron entrar en pánico y querer gritar por su vida. Pero mi voz no se escuchó. Mi boca ni siquiera se abrió, impotente, mientras ese ser la cogía del pelo y la lanzaba contra el suelo, cambiando puñetazos por patadas en su estómago, que la hacían convulsionar a cada impacto.

 

Justo cuando pensaba que iba a morir, se detuvo, suspiró profundamente, dejando escapar un humo blanco con olor a tabaco, y se marchó.

 

Durante minutos que se hicieron horas, permaneció quieta. Si no hubiese sido por sus ligeros pitidos al tratar de respirar, hubiese pensado que jamás despertaría. Lo más doloroso fue la fuerza de voluntad que mostró al levantarse y acercarse a mí, ahora con su rostro magullado y deformado por los puñetazos, sangre fluyendo de nariz y boca, y una sonrisa carente de varios dientes, esforzándose por mantenerla en mi presencia.

 

En ese momento, supe que la quería. Pese a no encontrar motivo aparente.

Quería que volviese a abrazarme. Estar cerca de ella y sentir su calor. Sólo de esa manera se calmaría mi ansiedad y mi confusión por no saber qué pasaba.

 

Días después, ocurrió lo mismo. De hecho, fue una más de tantas veces. Algunas de ellas, tan sólo escuchaba los golpes; otras, se ensañaba delante de mí, como si quisiese hacerme sentir mal por no ayudarla. Y tanto antes como después de cada paliza, ella siempre hacía lo mismo. Primero, se llevaba un dedo a los labios para mandarme callar, y una vez todo terminaba, sonreía, me abrazaba y lloraba, intentando que no la viese. Finalmente, cantaba una canción, como si quisiese hacerme olvidar ese sentimiento de autodesprecio que me inundaba.

 

Y entonces, un día no pudo más. Tras una de aquellas palizas, no volvió a levantarse. Pero el demonio no mostró pena. Tampoco miedo. Se acercó a mí, enseñándome una sonrisa de dientes negros y podridos, y se llevó un dedo a los labios, mandándome callar. Acto seguido, nos cogió del brazo y nos arrastró fuera de la casa, con tal fuerza que desgarró las costuras de mi hombro e hizo salir el relleno de mi interior.

 

Nos llevó hasta el jardín, dejándonos sobre la fría hierba, a la vez que su mano derecha adoptaba una forma cóncava, parecida a una pala, con la que empezó a cavar la tierra.

 

Una vez terminó, su otra mano tomó el aspecto de una media luna. Un hacha recién afilada con la que se acercó a ella y comenzó a descuartizarla.

 

Tan sólo pude escuchar el sonido de la carne y los huesos siendo troceados, e incluso éste pronto fue sustituido por un fuerte zumbido que nubló mis sentidos y me aisló de la realidad, dotándome del defecto, o quizás virtud, de la insensibilidad.

 

El siguiente paso fue ser lanzado al fondo de la que sería nuestra tumba. Frente a frente con su cabeza recién cortada.

 

Su expresión me lo dijo todo. Aquella expresión que había intentando ocltarme durante todo ese tiempo. Con ojos sumidos en el llanto y boca abierta intentando chillar.

 

Mientras la tierra caía sobre nosotros, le pedí perdón. Por no haber podido salvarla. Por no haber sido quien querían que fuese. Por no entender qué pasaba.

 

Empecé como una marioneta de tela y ahora sólo soy un juguete roto.

 

Si algún día volvemos a vernos, espero que puedas cogerme entre tus brazos y cantarme de nuevo aquella canción. En paz. Lejos de ese monstruo.

 

Se hizo el silencio. Había acabado de enterrarnos.

 

De la boca de ella surgió una melodía. La que siempre había tarareado después de cada paliza.

 

Su música y su rostro se quedarían grabados en mi cabeza. Eternamente. Eternamente.

 

Desde fuera, el demonio nos mandó callar. 

domingo, 29 de enero de 2023

NATURALEZA

Cuando abrí los ojos, lo primero que apareció ante mí fue la tenue luz de una bombilla. Tan desconcertado como estaba, ni siquiera le di importancia a que, observarla fijamente, quemase mis retinas. Mi mente tan sólo buscaba entender dónde me encontraba y cómo había llegado hasta allí.

 

Incorporando la parte superior de mi cuerpo y acostumbrando mi visión a la predominante oscuridad, giré la cabeza a un lado y a otro, cerciorándome de que me hallaba en mitad de un pasillo de paredes con azulejos antaño blancos, ahora rotos y quemados, de cuyos entremedios goteaba un líquido oscuro que ni quería ni alcanzaba a saber su procedencia. Sobre mí, un techo invisible, pues las luces, colgadas de cables casi roídos, no llegaban a alumbrarlo, dejando a la imaginación la altura a la que se encontraba, lo que sólo hacía crecer mi inquietud y miedo, mientras un sudor frío caía por mi espalda.

 

Tembloroso, decidí ponerme en pie. Tenía dos opciones: tratar de buscar una respuesta o esperar a que ésta llegase. Y, debido a que consideraba mucho más aterradora la ignorancia, y a un anormal sentimiento de curiosidad que no me pertenecía, opté por la segunda.

 

Así pues, caminé poco a poco hacia delante, intentando no apoyarme en la pared, para evitar tocar ese extraño líquido que me hacía querer vomitar. Todo ello, pese al esfuerzo que me suponía el simple hecho de mantenerme erguido.

 

Entonces, tras lo que me supuso una eternidad, llegué hasta una puerta.

 

Era de hierro, coloreada de un gris rojizo debido al óxido, y estaba entreabierta, dejando escapar un olor nauseabundo con el que estuve a punto de desmayarme.

 

Quise volver sobre mis pasos, pero, de nuevo, aquella extraña sensación dominó mi ser.

 

Una creciente necesidad, muy contraria a mi voluntad, de conocer lo que había al otro lado, llevó mi mano hasta el aceitoso picaporte, girándolo con fuerza. Acto seguido, me introduje en la habitación.

 

Lo que se mostró ante mí, me hizo caer de rodillas: se trataba de una sala pequeña, cuadrada, similar a un quirófano, pero sin el instrumental que solía verse en él. De hecho, salvo la mesa de cirugía situada en su centro, y otra de esas desvencijadas bombillas, luchando por no fundirse; era incapaz de vislumbrar cualquier otro mobiliario.

 

Sin embargo, lo que realmente logró que mi cuerpo sucumbiese a ese terror paralizante que debilitó mis piernas, fue el cadáver que había encima de la mesa. O, al menos, eso me hubiese gustado pensar, pues, pese a la falta de extremidades, y a sus vísceras ensangrentadas saliendo desde debajo de su torso, su cabeza seguía moviéndose, desesperada, gritando por el dolor pero, por algún motivo que no podía asimilar, sin emitir sonido alguno.

 

Para mi desgracia, aquello no fue lo peor, ya que a su lado se erigía otra figura, vestida con un delantal a cuadros, blancos y negros, bañado en el hedor de la sangre fresca y sujetando una sierra mecánica con restos de grasa y músculo entre sus dientes. Una figura que, pese a su cuerpo humano, tenía el rostro de un delfín. Una personificación aberrante. Sobre todo por sus ojos y labios, iguales a los de una persona, desfigurándose, al verme, en una sonrisa que enfermó mi mente.

 

Entonces, como si quisiera demostrarme que no había escapatoria, seccionó la cabeza del cadáver viviente, quien, pese a ello, no cesó en su sufrimiento.

 

Yo también quise gritar, pero el silencio fue lo único que escapó por mi boca, recurriendo poco después a lo mejor que sabía hacer: correr.

 

Y así fue. Atravesé de nuevo el corredor por el que había venido, sin echar la vista atrás, mientras sentía que algo, o alguien, me perseguía. El líquido de las paredes se hizo cada vez más intenso, recordándome una experiencia que, quizás por desinterés, había olvidado.

 

En ella, caminaba en mitad de un parque, vacío por la soledad de la noche. A mi lado, el sonido del agua fluir por un pequeño estanque, oscurecido por la cantidad de basura que los jóvenes, a altas horas de la madrugada, vertían en él. Y delante de mí, apareciendo de entre un par de arbustos mal cortados, se presentó un felino, un gato callejero, el cual se detuvo en mitad del sendero y me miró fijamente.

 

Puede que estuviese pidiendo alimento, o simplemente tomando un descanso, pero una idea más siniestra se cruzó por mi cabeza: ¿sentirá dolor?

 

El gato no es el único animal curioso. Todos hemos sentido alguna vez la necesidad de saber, experimentar qué se siente al probar algo nuevo.

 

Así que, ignorando esa penetrante mirada, en la que podía verme reflejado, como un espejo que parecía juzgarme por lo que iba a hacer; me dejé llevar.

 

Lo siguiente que recuerdo es al animal elevándose en el aire, sin siquiera proferir un solo maullido, hasta aterrizar en el estanque.

 

Mientras rememoraba, llegué a una antesala justo antes de atravesar una segunda puerta, mucho más grande que la anterior, pero igual de deteriorada. La falta de mesas, sillas o muebles, que hiciesen revivir algo de la normalidad a la que estaba acostumbrado, del contracto con un semejante; sólo consiguió ponerme más nervioso, volviendo la vista atrás para descubrir que el pasillo por el que había venido, ya no existía.

 

No había escapatoria. No quedaba esperanza. Era como si ese lugar me obligase a abrir el portón de metal corroído que me separaba de una verdad que no quería conocer y que, no obstante, era incapaz de resistir.

 

Cuando mi cuerpo, llevado por una fuerza invisible a la que no podía enfrentarme, atravesó la entrada, sólo quedó hueco para la desesperación.

 

En aquella sala, animales humanos invocaban medios de tortura, algunos imposibles de ser descritos, y los utilizaba sobre trozos de carne, en su día hombres y mujeres.

 

Lo más inquietante, era aquel silencio. El terror ahogado de las presas, cuyos ojos desorbitados experimentaban la locura de seguir respirando aun sin pulmones con que hacerlo.

 

Detrás de mí, sentí una presencia, girándome casi al instante, pues me costaba apartar la vista de aquel espectáculo que destruía mi estado mental.

 

Y allí lo encontré. Ese pequeño felino de iris brillantes y pupilas delgadas, con esa mirada que se adentraba en mi ser y juzgaba cada recoveco de mi alma, donde podía ver reflejado un “yo” al que temía.

 

En ese momento, lo comprendí. ¿Era la curiosidad la que había acabado con el felino? ¿Era él quien me juzgaba?

 

La naturaleza es equilibrio. Ella observa cada una de nuestras acciones, las juzga a través de los ojos de sus hijos, desde su asiento etéreo. Aboga por aquellos que no tienen voz. Conoce nuestros miedos y límites. Sabe que somos nuestro peor enemigo. Y cuando el equilibrio se rompe, simplemente, lo reconstruye, eliminando al infractor.

 

Nosotros, ignorantes, seguimos pensando que somos los dueños de nuestras vidas. Hijos rebeldes que se han independizado de su madre. Que tenemos el control. Pero no es así.

 

A mi espalda, una visión de en qué me convertiré, cuando, en su omnipotencia, devuelva este mundo a su principio. Entonces, conoceremos el fin.

 

Cuando supe la aterradora verdad, grité. Grité en silencio.